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Iván Thays ha señalado en su blog Moleskine Literario los extremos de arbitrariedad que parecen dar forma a dicha reseña: en su comentario, dice Iván, Marks luce ofendido a priori por la fama de Daniel, y da la impresión de derivar sus opiniones a partir de ese rechazo, antes que a partir de su comprensión de la novela.
De hecho, la crítica de Marks no expresa ningún indicio de comprensión del texto que comenta. Marks solo alcanza a decir que los conflictos narrados le resultan "difusos hasta lo ininteligible" y que el propósito de la novela no es claro.
Eso amerita una explicación de parte del crítico: ¿cuál es el propósito que debería, a su juicio, albergar la novela? ¿El hecho de que él confiese no entender el libro es suficiente para juzgar el libro como malo o es, más bien, una razón para juzgar a Marks un crítico incompetente?
Resumo el punto: un libro puede ser, en efecto, gratuitamente difícil, complicado sin razón, o puede ser simplemente inconducente o carecer enteramente de coherencia. Y Daniel Alarcón, por cierto, como cualquiera otro de sus colegas, puede escribir un libro así. Pero afirmar todas esas cosas sobre una novela amerita explicar en qué se funda la observación. De lo contrario se está fijando un estándar insusitado: malo es lo que no sea entendido por la mente de Camilo Marks.
Para saber qué tal funciona la mente (profesional) de Camilo Marks (como crítico) no necesitamos una tomografía: basta con lo que podamos intuir de ella cuando la vemos funcionar: un crítico debería ser, siempre, como mínimo, capaz de explicarle a sus lectores de qué trata el libro que comenta, cuál es el entramado ideológico de ese libro y cómo es que el libro tiene o no tiene éxito en su construcción.
Marks no lo hace. Él simplemente declara al libro fallido en todos y cada uno de sus aspectos, desde el fraseo hasta la estructura argumental. Su trama le parece absurda --a pesar de que la historia del programa de radio que Daniel cuenta en la novela es, como sabemos los peruanos, real--, pero no explica qué tiene de absurda. Le reclama a la novela una supuesta debilidad de la intriga, pero olvida que la intriga no es un requisito de toda novela y no sé si no comprende o no quiere hacer notar que Lost City Radio no es una novela ni de suspense ni de misterio ni de intriga.
Eso no es todo. Marks no siente la menor necesidad de reconciliar su afirmación de que la novela es "estilísticamente pobre" con el hecho de que él la esté leyendo en una traducción: sin el mínimo rigor de contrastar el texto traducido con el texto original de Alarcón, Marks enjuicia la novela a partir de su derivación al español: llega a hablar de las "volteretas sintácticas" de Alarcón, por ejemplo, sin tener la más remota idea acerca de cuáles son las transformaciones que la traducción pueda haber operado en la sintaxis del texto primario.
Cuando Marks enumera los defectos del libro, incluye entre ellos "el tono futurista y apocalíptico del argumento". Uno se pregunta: ¿es que cuando un novelista escribe una historia futurista y apocalíptica, una historia distópica, como Lost City Radio, no puede hacerlo con tono futurista y apocalíptico? ¿Será lícito, a juicio de Marks, escribir novelas de amor románticas, o novelas de aventuras con tono aventurero?
Por último: Marks dice, en su párrafo inicial, lo siguiente:
"La pseudoglobalización, expresada en productos provincianos, locales, cerriles, está, en la práctica, forzando a muchos autores a escribir en inglés".
Y de inmediato pasa a disparar los gazapos antes mencionados. Marks, por respeto a sus lectores de El Mercurio, debería anotar que Daniel Alarcón, quien vive en Estados Unidos desde que tenía tres años, ha hecho todos sus estudios escolares y universitarios en inglés y el inglés es, simplemente, su idioma literario. ¿Cuál es el afán de pintarlo como alguien obligado a escribir en una lengua ajena? (¿Cómo podría un escritor escribir en una lengua que le fuera realmente ajena?). Peor aun: ¿por qué insinuar un interés comercial (interés en una "mayor difusión") en la "elección" del inglés?
Si Alarcón le rompe los esquemas a Marks con su bilingüismo, habrá que ver cómo reaccionará el crítico el día en que descubra la existencia de Conrad o Nabokov. O de su compatriota Vicente Huidobro. No lo digo con ironía: Marks se sorprende, entre otras cosas, del hecho de que Alarcón sea considerado una promesa de las letras norteamericanas y también un hallazgo de la narrativa peruana. Eso lo delata: Marks entiende el concepto "norteamericano" y entiende el concepto "peruano", pero el concepto "peruano-norteamericano" le resulta de una complejidad desconcertante, lo apabulla y le provoca cortocircuitos.
Ahora bien, teniendo eso en cuenta: ¿será de verdad "malo" todo aquello que no sea entendido por la mente de Camilo Marks?
Fotomontaje gfp.