30.10.07

Libertad de qué

Sobre la mal llamada censura a un libro de Carrillo

Si soy dueño de una librería, ¿estoy obligado a vender todos los libros que lleguen a mis manos? Yo, que muchas veces he tenido la fantasía, jamás hecha realidad, de dedicarme a librero, sé que el oficio dejaría de llamarme la atención si así fuese.

Si yo hiciera una librería no sería para vender todos los libros que apareciesen en el mercado, sino para vender los libros que juzgara mejores y más interesantes. Es un asunto simple: hay librerías que atraen por sus dimensiones (esas son casi insostenibles en el Perú) y hay otras que atraen por la calidad de su selección (allí está, por ejemplo, El Virrey). Yo prefiero las segundas.

Digo todo esto con un poquito de estupor al ver la facilidad con que el escritor Carlos Carrillo
viene acusando a los propietarios de la excelente librería La Casa Verde de haberlo censurado al negarse a vender la tercera edición de su libro de cuentos Para tenerlos bajo llave. No puedo concebir que se acuse a un empresario privado de no aceptar hacer negocios con todo el que se lo proponga: y en el negocio del librero en particular el capital mayor es el criterio de selección.

¿Podríamos acusar a un cine de no querer exhibir todas las películas del mundo? ¿O a un galerista de no colgar en sus paredes todos los cuadros que se le hagan llegar? ¿O acusaríamos acaso a un editor de no publicar todos los manuscritos que se le envíen? ¿Bajo qué principio podríamos obligar, entonces, a un librero a vender cualquier libro?

Sin embargo, la protesta contra los dueños de La Casa Verde ha sio respaldada por un número considerable de escritores, que han suscrito una carta de protesta. (Aunque al menos en un caso se sabe ya que uno de los nombres colocados entre los de los suscriptores fue puesto allí sin consultarle al supuesto firmante).

La carta en cuestión es un texto bastante desorientado: leyéndola da la impresión de que los dueños de La Casa Verde hubieran hecho algo atroz, hubieran encadenado al autor para que no escribiera, o le hubieran dicho sobre qué podía o no podía escribir.

No citaré sus pasajes porque pueden leerla íntegra aquí, pero baste decir que el primer párrafo alude a la libertad de expresión y creación del autor, ninguna de las cuales ha sido agredida, y en cambio olvida el elemental derecho a la libre empresa de los dueños de La Casa Verde, que claramente está siendo desestimado por quienes protestan.

El segundo párrafo afirma primero un desatino ("el acto creativo de escribir tiene un carácter ficcional") y luego repite lo anterior. El tercer párrafo dice que para apoyar al arte, los libreros deben suspender sus juicios críticos, es decir, deben volverse cretinos, no juzgar, sólo aceptar pasivamente lo que se les dé. Y dice que lo mismo debería hacer la sociedad toda ("
si la sociedad no apoya el arte y la creación, lo menos que puede hacer es no convertirse en juez de la actividad creadora de los artistas"). El cuarto párrafo se va del tema demagógicamente.

Carátula del libro editado por Bizarro Eds.

La reina segregada

Literatura de mujeres vs literatura femenina

Vi que, en el campeonato sudamericano juvenil e infantil de ajedrez, Perú obtuvo cuatro medallas de oro y quedó primero en la tabla general. También vi, si no recuerdo mal las edades, que dos de nuestros campeones ganaron el oro en la categoría sub-17. ¿Es que empataron? No, lo que pasa es que hay sub-17 de hombres y sub-17 de mujeres.

¿Alguien tiene una buena explicación para el hecho de que el ajedrez esté dividido, cual si fuera salto largo o levantamiento de pesas, en una rama de mujeres y otra de hombres?

¿Será que las mujeres juegan el ajedrez de una manera típicamente femenina y los hombres de una manera típicamente masculina, y que todo ello hace el contraste directo inválido, poco interesante o descartable?

Supongamos ese escenario: que hay un ajedrez masculino y otro femenino. Si así fuera, y considerando que "femenino" y "masculino" son construcciones sociales y culturales, nada impediría que un hombre se inscribiera en un campeonato de ajedrez femenino y una mujer en uno de ajedrez masculino: no es una cuestión de sexo, sino del tipo de ajedrez en que han sido formados y que ellos reproducen o recrean (su género de ajedrez).

Pasemos del ajedrez a la literatura: si hay algo que llamamos literatura femenina, y el factor que determina su especificidad no es el sexo del autor, claro está, sino el haz de construcciones culturales que convergen sobre autor y obra, entonces cabe suponer que hay autores hombres de literatura femenina (nada que ver con Cortázar y sus lectores hembras y machos, por si acaso) y autoras mujeres de literatura masculina.

Esto último ha sido largamente argumentado desde el femenismo, por cierto: la manera en que muchas autoras mujeres reproducen y refuerzan modos de representación aprendidos y heredados de sociedades patriarcales; la forma en que, por decirlo así, una escritora mujer puede ser un autor masculino.

Y creo que puedo pensar en ejemplos de lo otro: siempre he tenido la impresión, sin ir más lejos, de que debería ser difícil dejar al García Márquez de los años sesentas y setentas fuera de una historia de la literatura femenina latinoamericana: sus matriarcados secretos, sus universos concentrados en la casa --la forma en que sus personajes devienen espejismos cuando se alejan del hogar y encarnan nuevamente cuando entran en él--, su manera peculiar de convertir a la pareja en la cifra mínima y el lugar de subversión de todas las tensiones de jerarquía y poder.

Eso para no señalar la gigantesca impronta que la literatura de García Márquez deja sobre escritoras como Rosario Ferré, Isabel Allende, Laura Esquivel, Laura Restrepo, todas ellas highlights frecuentes de estudios, historias y cursos de literatura femenina en América Latina.

Ahora bien, y esto es más que nada una pregunta que hago para quitarle base a mi propia especulación: ¿cuál es la diferencia entre aceptar que hay una literatura femenina distinta de la literatura masculina y aceptar que hay un ajedrez de hombres y otro de mujeres? ¿Quienes se indignen al ver a hombres y mujeres jugando ajedrez por separado, no podrían indignarse también con esa categorización literaria?

Pues no, creo yo. Porque lo indignante de la división en el ajedrez es que uno sabe que detrás de ella se esconde la idea (prejuiciosa) de que el ajedrez es poco menos que un test de inteligencia, y sus categorizaciones son, así, directamente discriminatorias.

En cambio lo otro, lo de la idea de una literatura masculina y una femenina, establece dos campos conmensurables, distintos en tanto son distintos sus consideraciones culturales y sus historias, pero de ninguna manera signado por un afán jerárquico (de hecho, tienen que ser campos que se intersecan). Sin embargo, nada de eso puede argumentarse si uno entiende femenino y masculino como perfectamente equivalente de hombre y mujer, porque lo determinante debe ser, una vez más, los rasgos culturales y sociales de género, finalmente sólo reconocibles en el libro, y no el sexo de su autor(a).

Obviamente, estuve leyendo la última columna de Rocío Silva Santisteban, y quiero comentar su último párrafo: tal vez ese curso fundado en San Marcos por Esther Castañeda se vuelva más atractivo para los estudiantes si deja de llamarse Literatura de mujeres y pasa a llamarse Literatura femenina, y, sobre todo, si el sílabus se abre para aceptar que la literatura femenina no es exclusivamente producida por autoras mujeres. (Y que esto no se tome como una invasión machista en un reducto ajeno, porque no lo es).

29.10.07

La caja literaria peruana

¿Qué pondrían ustedes aquí adentro?

Sigamos con esto: la idea es un derivado del "maletín literario" chileno. Daniel Salas propone llevarla a la realidad modestamente, regalando una maletita con libros a niños que puedan aprovechar la lectura y no tengan los medios (o el estímulo) para echarles mano. Iván Thays ya armó una lista de diez libros que él propondría para escolares de los últimos años de la secundaria en el Perú. Mi lista tendrá quince títulos:

1.
Odisea, de Homero. Si propongo el Antiguo testamento van a acusarme de catequizador, así que me quedo con la segunda más grande aventura jamás contada. Es, de hecho, el origen de otros dos o tres libros de esta lista, por lo menos.

2.
Robinson Crusoe, de Daniel Defoe. Yo andaba por los diecinueve cuando descubrí que la versión completa es incluso más divertida que las muchas versiones resumidas que circulan por ahí (otro tanto puede decirse de varias novelas que no están en esta lista pero que bien podrían incluirse: Los viajes de Gulliver, Amadís de Gaula, Moby Dick). ¿Y me equivoco o sigue en circulación la versión de Bruguera traducida por Julio Cortázar?

3.
Cumbres borrascosas, de Emily Brontë. No hay mejor preparación para enfrentarse a la propia familia escabrosa que unos cientos de páginas de convivencia con la familia más disfuncional de las letras inglesas. Esta hermana Brontë escribió sólo una novela: a veces uno no sabe si lamentarlo o agradecerlo.

4.
La isla misteriosa, de Jules Verne. Otra aventura isleña. Esta historia sigue siendo francamente cautivante. Por eso su idea central fue retomada por los creadores de una de las mejores series televisivas de los últimos años: Lost. Agárrate, falso Henrry Gale: aquí viene el capitán Nemo.

5.
Cuentos completos, de Anton Chejov. Puede ser demasiado subjetivo, pero éste es mi motivo: cuando era chico, ádemás de los libros en la biblioteca de la casa, había en la sala una colección de volúmenes en miniatura; el más pequeño de todos era un tomo de cuentos de Chejov: entre la discreción del autor y el pudor del tomito, la experiencia pasaba de ser íntima a ser casi clandestina.

6.
El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. Wilde pareció proponerse, en este libro, echar mano a todos los tópicos y motivos típicos de la literatura de su tiempo, de modo que su lectura no sólo es apasionante por su anécdota, sino que es un manual literario hecho exclusivamente de ejemplos: la vanidad, la relación entre el bien y la belleza, el tema del doble, la axial oposición del bien y el mal y su unidad inaparente, etc.

7. La metamorfosis, de Franz Kafka. Que muy bien podría llamarse, salvando los anacronismos, "retrato del artista adolescente": Samsa es ya un adulto, pero su drama es el de la adolescencia opresiva bajo una autoridad que a punta de desprecios se hace deshumanizadora.

8. Retrato del artista adolescente, de James Joyce. Supongo que si estamos tratando de convertir chicos en lectores, nada como ponerles en frente a un chico que es un futuro artista. Es una manera de poner un pie en la puerta de Ulises y una vuelta más en el espiral de la Odisea.

9.
Ubu completo, de Alfred Jarry. O Esperando a Godot o La cantante calva o Rinoceronte o El balcón: el teatro desde Jarry y sus hijos fue la mayor celebración de la demencia de la Europa postindustrial, pero su locura es lúdica y crítica de la violencia (o debo decír, simplemente, es patafísica) y por ello conecta bien con los lectores adolescentes.

10. Los ríos profundos, de José María Arguedas. Todos los niños peruanos se merecen un libro de Arguedas, y cuál mejor que éste que tiene a uno de ellos como protagonista. Ya es interesante leerlo desde Lima; imagino, o más bien, no puedo imaginar, cuán interesante será leerlo desde los mundos que el libro describe, evoca o sueña.

11. Poesía escrita, de Jorge Eduardo Eielson. Un solo libro de poesía que sirve para entender que el género no sólo puede ser trascendente, complejo, inteligente, deslumbrante y multiforme, sino además lúdico, festivo y feliz. Y de paso, una manera de saber que la literatura y las demás artes no están divorciadas (como probablemente lo estén los padres del lector).

12.
Nuestros antepasados, de Italo Calvino. Supongo que esto no necesita explicación. No sé de un lector joven que haya rechazado El barón rampante, El vizconde demediado y El caballero inexistente, las novelas que forman esta trilogía de Calvino. Tampoco sé de uno que, tras leerlas, las haya olvidado. Y son una inmunización para los efectos del exceso de superhéroes superferfectos que espera a los chicos en el cine, la televisión, los cómics, etc.: en Calvino, los superpoderes son una laceración.

13. Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce Echenique. Si un personaje aristocrático y pituco en la literatura peruana tiene el corazón en el lugar correcto, ese es Julius. Treinta y siete años después, los dramas que el lector descubre a través de los ojos del niño siguen sucediendo, y la lectura de esta novela sigue siendo igual de urgente.

14.
Pantaleón y las visitadoras, de Mario Vargas Llosa. Ok, esta es una apuesta con la mano el corazón: ¿qué tal si en lugar de La ciudad y los perros, nos vamos por Pantaleón y las visitadoras, para que los jóvenes lectores descubran que los peruanos no sólo nos reímos de nosotros mismos, sino que además sabemos hacerlo sin la necesidad de lanzar al tacho nuestro coeficiente intelectual. Machismo, militarismo, cultura chicha, informalidad, cucufatería hipócrita y otros rasgos no menos peruanos también hacen su aparición por estas páginas.

15.
Fun Home, de Alison Bechdel. Otra historia de aprendizaje en el entorno de una familia disfuncional; pero en este caso se trata de un género distinto (la novela gráfica) y de un relato orientado más evidentemente al descubrimiento de la sexualidad, a través de la vida de la protagonista que intenta malabares para reconciliar su lesbianismo con la muerte y el semiabandono de sus padres. Si Fun Home no está traducida, recurramos al clásico mayor del cómic, Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo, de Chris Ware.

El borrón y los tribunales, 1

Las políticas de la memoria y el olvido, y sus proximidades

Cuando los ex asesinos de dictaduras militares, de dictaduras de derecha casi siempre, proponen sus planes de supervivencia postdictatorial (por lo común, hacer como que nada nunca hubiera pasado), a eso suele llamársele una política de borrón y cuenta nueva. El borrón y cuenta nueva es, así, en el imaginario político latinoamericano, una figura de derecha.

Cuando a aquellos que alguna vez caminaron por el límite del terror subversivo, o acaso lo cruzaron (esa incertidumbre es la madre del cordero), se les pide que aclaren ese trecho de su pasado, se suele responder que la sola demanda de un deslinde es un atropello fascistoide. Que si no nos reconciliamos todos ipso facto y dejamos de incriminarnos sobre el pasado, seremos una sociedad inviable. Así, el rechazo al borrón y cuenta nueva también es representado como una figura de derecha.

Hay --tiene que haber-- una diferencia fundamental entre el borrón y cuenta nueva y la reconciliación, y no debemos extraviar esa diferencia: el primero implica un olvido forzoso, es un ataque de amnesia inducido, producto de la hipocresía y el cinismo; es la propuesta de caminar hacia el futuro sobre una montaña de cadáveres insepultos.

La reconciliación, en cambio, implica un largo proceso de revelaciones y aprendizajes, afrontar los hechos del pasado, señalar responsabilidades ajenas, aceptar las propias, hacer transparente todo lo opaco (es lo opuesto del descaro desmemoriado que implica el borrón y cuenta nueva: no hay reconcilación sin memoria minuciosa ni la hay si esa memoria no se expresa).

Foto tomada de aquí.

28.10.07

¿De qué trata su libro?

La entrevista literaria y el arte de rascarse la barriga

Durante los varios años en que trabajé en el periodismo a tiempo completo, no hice muchas entrevistas: Szyszlo, Quintanilla, Máro, Vargas Llosa, Julio Ortega, Peter Elmore, no muchas más. Hubo una razón fundamental: las entrevistas me parecen más difíciles que los artículos, las crónicas o los ensayos.

Sobre todo cuando se entrevista a un escritor acerca de un libro suyo: por un lado, hay una cuestión de respeto y delicadeza: la persona entrevistada ha pasado un buen tiempo, acaso años, trabajando en el libro objeto de la discusión, y no es cosa de ir y hacerle cuatro preguntas de trámite.

Por otro lado, hay una cuestión de osadía y acaso de temeridad: con las premuras del periodismo, uno debe hacer malabares para estudiar seriamente el libro al cual se referirá la conversación, de modo que el ritmo del trabajo puede dejar al periodista mal parado en una discusión con alguien que evidentemente ha dedicado mucho más tiempo al tema que él.

Y, por último, hay también un asunto de ética profesional: la conversación debe llevarse de tal modo que, una vez editada y publicada, tenga un valor real para el lector: una buena entrevista en una buena sección de libros es como una crítica hecha a dos voces, y debería ser siempre lo suficientemente interesante como para aportar algo nuevo incluso a quienes ya hayan leído el libro.

Me sucede una cosa llamativa: como últimamente ando a la caza de reseñas --para colocarlas en la columna de la derecha de este blog--, estoy revisando todas las secciones de cultura de la prensa peruana cotidianamente. Y descubro que en ellas aparece una cantidad enorme de entrevistas a gente que publica libros: sociólogos, antropólogos, críticos, novelistas, poetas, de todo. Nuestra prensa cultural conversa, habla hasta por los codos.

Aparecen escasísimas reseñas, sin embargo, y con ritmos poco regulares. Podrán decirme que eso no tiene nada de raro: que los periodistas de culturales son muchos más que los críticos, en número, entre otras cosas porque los críticos necesitan de una preparación mayor.

Yo creo que, mirado el asunto desde el punto de vista de muchas personas del periodismo cultural, la verdadera explicación es otra: lo que pasa es que para escribir una crítica hay que leerse el libro criticado (bueno, al menos la mayor parte de los críticos lo hace).

Para hacer una entrevista, en cambio, parecen pensar muchos (tonto de mí), no hay que darse ese trabajo: simplemente hay que preparar unas pocas preguntitas y ya. Leerse la solapa, o el prólogo, o la nota de prensa, o nada. ¿Total? Es una entrevista, ¿no? No es una crítica.

Lo sospechaba desde hace tiempo pero recién cuando aparecieron mis propios libros lo pude confirmar. La mayor parte de las entrevistas que di a la prensa peruana el año pasado, coincidiendo con los lanzamientos, sobre todo con el de Toda la sangre, me fueron hechas por personas que no parecían haber leído el libro. O que habían leído mi prólogo pero no los cuentos, o que habían leído únicamente las cosas que dije sobre el libro y el tema en este blog o en otros artículos de prensa.

No faltó en alguna de ellas la pregunta ominosa: "¿de qué trata su libro?". No más de dos o tres preguntas, en total, me fueron hechas en referencia a un contenido patente del libro, citando un párrafo, una idea particular del prólogo o de los textos. Tratándose de una antología, la mayor parte de las preguntas se referían a la selección de autores: los entrevistadores, entonces, sí habían leído al menos el índice. Pero solo un par de ellos se refirió a los cuentos de los autores que les parecían polémicos: les parecían polémicos sus nombres, no sus obras.

Es el mismo comentario que le escucho a mis amigos que conceden entrevistas luego de lanzar un libro: "me entrevistaron para el medio tal, pero el entrevistador no tenía la menor idea de nada; no se había leído el libro". Me temo que el género de la entrevista literaria está derivando en otra cosa: una conversación en la cual alguien que ha escrito un libro le da a alguien que no lo ha leído toda la información que necesita para que los lectores del diario crean conocer el libro sin necesidad de abrirlo jamás.

Fuguet: el cómic y el maletín

La novela gráfica Road Story se lanza este 31 en Santiago

Acabo de ver este corto de presentación de la novela gráfica Road Story y mi primera impresión es la siguiente: Alberto Fuguet está exactamente como estaba hace diez años, y no me sorprendería que de pronto fuera invitado al próximo Bogotá 39, o algún encuentro sucedáneo.

Road Story es una novela gráfica basada en un cuento homónimo de Fuguet, con guión suyo e ilustraciones del artista gráfico Gonzalo Martínez, y es el libro con el que Fuguet se une a la fila de los escritores que, luego de un largo trabajo en la narrativa, digamos, tradicional (a falta de una mejor manera de llamarla), incursionan en el terreno del cómic: allí están Cortázar,
Pablo de Santis y Levrero, para mencionar sólo a autores latinoamericanos.

Hay que decir que, luego de un periodo en que parecía menos inspirado que al principio, Fuguet se ha vuelto una especie de volcán en erupcción permanente, con libros de ficción, crónicas periodísticas, películas de éxito indudable y, ahora, una novela gráfica que ojalá venga seguida de otras más.

Además, también ha formado parte del grupo de personas que decidió el contenido del famoso maletín literario, un conjunto heterodoxo de libros que será repartido a cientos de miles de hogares chilenos, en lo que debe de ser uno de los más originales planes de estimulación de la lectura de los que yo haya oído alguna vez.

¿Si Fuguet tuvo mucha influencia en la elección del contenido? Bueno: una de las cosas adentro del maletín es un libro de
Tim Burton (The Melacncholy Death of Oyster Boy: La melancólica muerte de Chico Ostra), así que, si la próxima generación chilena resulta gótica y tirada al dark, ya saben a quién culpar.

Javier Rojahelis escribió hace poco, en Artes y Letras de El Mercurio, un artículo sobre Fuguet, Martínez y Road Story, que pueden ver aquí republicado en el blog del primero. El libro se presenta en Santiago este día de las brujas.

Imagen: Fuguet y Martínez perdidos en Arizona, según el segundo. Tomado de aquí.

25.10.07

Memorias

Sobre Mónica Feria y una discusión en el GCC

Quizá una de las conversaciones más apasionadas que he leído en un blog es la que se está dando ahora mismo en Gran Combo Club, la bitácora colectiva que administra el economista peruano Silvio Rendón, profesor de Stony Brook University.

El intercambio empezó cuando Silvio publicó en el blog un largo post titulado Correo recién se da cuenta, en el que él comentaba una primera plana de dicho diario sobre Mónica Feria, la abogada peruana, que fuera acusada años atrás de pertenecer a Sendero Luminoso, y que, convertida con el tiempo en especialista en derechos humanos, recibió hace poco el Premio Justicia de la Fundación Gruber por su rol como represenante legal de la mayoría de los deudos de los afectados en la masacre del penal de Castro Castro (donde ella misma estaba recluida cuando ocurrieron los hechos).

El debate generado a propósito del post involucra a mucha gente que conozco de mis años en la Universidad Católica: la misma Mónica y una decena de personas que estuvimos allí en los ochentas y principios de los noventas, y por eso, en cierta forma, se está convirtiendo en un largo cruce de interrogantes, acusaciones, defensas, deslindes (o pedidos de deslinde, a veces desatendidos) y reconstrucciones del pasado.

No voy a explicar mi propia posición aquí, pero la entenderán si, después de que lean el post de Silvio (con el que poco comparto en este tema), ven los comentarios, al final del post, que espero lleguen a un destino productivo en algún momento. Por ahora sólo quiero decir que esa conversación sirve para reconocer, una vez más, cuántas heridas siguen abiertas en el Perú luego de los años de la violencia, y qué difícil es y será cicatrizarlas, si eso es lo que se quiere.

24.10.07

Lessing y el 11 de setiembre

La carrera de los muertos, el IRA y el World Trade Center

Una de las cosas más insensibles que se pueden decir sobre un asesinato en masa es que no fue tan terrible como otros.

Si quien hace el comentario quiere referirse a las consecuencias de cada hecho, acaso pueda salvar la insensibilidad con alguna agudeza analítica. Si ese análisis posterior no se formula, la insensibilidad se vuelve gratuita, y, por tanto, insoportable.


¿No es un ejemplo de eso el siguiente fragmento de diálogo entre
Juan Cruz y Doris Lessing, publicado días atrás en el diario El País?:

"Juan Cruz: El 11-S, el 11-M, los atentados de Londres, nosotros seguimos sufriendo a ETA. Usted ha escrito mucho sobre terrorismo.

"Doris Lessing: Y aquí tuvimos el IRA. ¿Sabe lo que la gente olvida? Que el IRA atentó con bombas contra nuestro Gobierno; que mató a varias personas mientras se celebraba una convención conservadora, en la que estaba la primera ministra, Margaret Thatcher. La gente se olvida. El 11-S fue terrible, pero si se repasa la historia del IRA, lo de los americanos no resulta tan terrible. Cualquier americano pensará que estoy loca. Murieron muchas personas, cayeron dos edificios prestigiosos, pero no fue tan terrible ni tan extraordinario como ellos creen; son gente muy ingenua, o fingen que lo son".

Bien, entonces. ¿A qué viene ese comentario de Lessing? La premio Nobel demuestra una gran sensibilidad ante las acciones del IRA, es decir, las que la afectaron de cerca, y poca o ninguna ante las ocurridas al otro lado del Atlántico, en New York y Washongton. En 30 años, el IRA mató a 3,700 personas en el Reino Unido. En New York y Washington murieron 3,100 en un solo día: ¿eso es materia de competencia para Lessing?

¿Que los americanos son ingenuos? Personalmente, lo dudo. A mucha gente le gusta creer que la guerra es un asunto ajeno para la gente de Estados Unidos. Pero en este país no se puede viajar 15 minutos por una ruta de pueblo sin encontrar un cementerio de veteranos o caídos en guerra, y es igualmente difícil conocer a alguien que no sea hijo, padre, nieto, hermano o cónyuge de alguien que haya peleado en una gran guerra.

Pero la pregunta es: y qué si fueran ingenuos. ¿Eso hace menos atroz la pérdida impensada de más de tres mil civiles por causa de un atentado terrorista?

Lo de Lessing me parece de una pequeñez de espíritu notable. A veces tengo la impresión de que hay gente que ve el tema de los genocidios como si fuera una afilicación deportiva: yo elijo un caso, lo considero grave y para demostrar su gravedad empequeñezco todos los otros. Como cuando la gente dice "lo que hicieron los belgas en el Congo fue peor que el Holocausto", queriendo implicar, simplemente, que el Holocausto no les parece tan grave. Como si no se pudiera condenar el Holocausto e Hiroshima y el Congo y Palestina y el genocidio armenio y las atrocidades contra los indígenas de las Américas (o los crímenes de Sendero Luminoso y los del Estado), todo a la vez, por principio, y no por competencia ni por conveniencia.

Las declaraciones de
Lessing ya rebotaron en la prensa inglesa. Esta es la versión aparecida en The Guardian.

21.10.07

Femifobia

Bloom, Reich-Ranicki y el Premio Nobel

"La ociosidad es la madre de todos los vicios. Y la ignorancia es soberbia (y estúpida)". Así comienza su última columna en La República mi siempre estimada Rocío Silva Santisteban.

¿A qué alude? A la irritante pobreza con que buena parte de la prensa peruana ha informado sobre el Premio Nobel concedido a la narradora británica Doris Lessing, y a cómo en la mayoría de los casos el lament
able trabajo de los redactores culturales se ha reducido a voltear malamante un mismo cable que recogía declaraciones adversas a la elección de Lessing, vertidas por el teórico norteamericano Harold Bloom y el crítico alemán (polaco de nacimiento) Marcel Reich-Ranicki.

Comparto el espíritu de la crítica de Rocío, pero no los detalles: Rocío concluye ese primer párrafo sugiriendo que la desidia de cierta prensa para cubrir la noticia se debería al hecho de que la ganadora del Nobel haya sido una mujer. En verdad, hace más que sólo sugerirlo: "¡Qué casualidad, justo cuando se trata de una mujer!", escribe.

Creo que Rocío está siendo benevolente. Con la mano en el corazón, habrá que preguntarn
os: ¿cuántas personas en la prensa cultural peruana, en general, son capaces de hacer otra cosa que voltear artículos y acatar cables? ¿Cuántas hacen más? Y, entre quienes tienen el interés y la voluntad de hacerlo, ¿quiénes tienen los conocimientos? ¿Cuántos de nuestros periodistas culturales han puesto alguna vez las manos sobre la carátula de un libro de Lessing? ¿Cuántos han escuchado alguna vez el nombre de los veinte o veinticinco candidatos voceados para el Nobel este año?

Si el premio se lo hubiera llevado, digamos, William Gass, o Cees Nooteboom o JMG Le Clezio, ¿entonces los redactores de culturales, en celebración de su inteligencia machista, habrían compuesto informadísimos elogios de esos autores? Lo dudo mucho.

(Por último: puedo pensar al menos en cuatro o cinco medios de prensa limeños cuy
as secciones culturales cuentan con mujeres francamente insospechables de misoginia; lo que pasa es que muchas de ellas no son tan insospechables de vagancia crónica y desconocimiento, como tantos otros de sus colegas varones).

Una cosa más: me parece impreciso que Rocío meta en el mismo costal a Harold Bloom y Marcel Reich-Ranicki. Y no lo digo porque uno de ellos me caiga mejor que el otro, o porque quiera defender a alguno, sino porque son muy diferentes (una rara coincidencia entre ambos, que menciono sólo como curiosidad: los dos comparten el rasgo de haber hablado yidish en la infancia como lengua materna).

Bloom es un teórico que ha viajado de la crítica postestructuralista a una suerte de teología lírica y heterodoxa, no poco marcada por la tradición hermenéutica hebrea, y que se ha movido por lo común a la derecha del resto de la academia americana. Reich-Ranicki es un ex miembro del Partido Comunista (un judío encerrado en el ghetto de Varsovia y rescatado del Holocausto por la intervención del Ejército Rojo) que nunca se ha llegado a derechizar hasta los extremos de su colega norteamericano.

Rocío se refiere a Reich-Ranicki como un "epígono" de Bloom (en verdad, el artículo dice "epónimo", pero entiendo que eso es una errata) y alude a Der Kanon, el monumental proyecto de Reich-Ranicki, como una simple copia de The Western Canon, el influyente y arbitrario libro de Bloom.

Eso no es exacto, al menos no de la manera que parece implicada: Der Kanon no es precisamente un libro del cual Reich-Ranicki sea "autor", sino una biblioteca de clásicos germánicos editada por el crítico. Yo sólo he visto (y de ninguna manera leído, claro, porque no sé alemán), los volúmenes dedicados al drama, y son nueve tomos de varios cientos de páginas cada uno. Los volúmenes de novela son veinte, los de cuentos son once, los de ensayo son seis. Y hay decenas más por venir, con autores que van desde Marx hasta Rosa Luxemburgo y desde Goethe hasta Max Frisch, Thomas Bernhard o Gunter Grass (muchas veces rival de Reich-Ranicki).

Por supuesto, aún se puede alegar que el espíritu es el mismo, que Bloom con su ensayo y Reich-Ranicki con su biblioteca, están asumiendo el rol de árbitros canónicos, dictaminando qué vale y qué no vale la pena en las tradiciones a las que se refieren esos proyectos (el de Bloom, a todo Occidente; el de Reich-Ranicki a la lengua alemana).

De hecho, Bloom defiende en The Western Canon la idea de que los autores que él elige son el cimiento mismo de la tradición occidental, y las columnas y las vigas que sostienen el edificio de nuestras costumbres y nuestra moral: que esos libros definen nuestros valores y nos definen a nosotros mismos, en lo que somos y en lo que debemos ser.

Reich Ranicki ni por asomo considera su trabajo de la misma índole: quizá esta cita suya --extraída de una entrevista de Julian Schütt en la que éste le pregunta a Reich-Ranicki cuáles son los grandes valores germánicos que quiere rescatar en su proyecto-- ayude un poco a despejar esa confusión:
"No hay valores eternos aquí. Sólo edité Der Kanon porque una colección como ésta es algo que yo hubiera querido tener en mi juventud. Yo quería saber qué cosas merecía la pena leer. Pero Der Kanon no es ni una directiva ni un decreto. No es nada más que una recomendación para los lectores".
Ahora bien, por otro lado, Rocío llama a Bloom "femifóbico" y, como parece considerar al alemán el vivo retrato del otro, supongo que lo ve de igual manera. Aquí la cosa es más compleja: en la misma entrevista Reich-Ranicki dice alguna de esas cosas que le han hecho la fama de misógino. Por ejemplo: que no hay autoras teatrales alemanas que siquiera arañen las cumbres que el teatro escrito por hombres ha alcanzado en esa lengua.

Me gustaría refutarlo; supongo que eso se podrá hacer recurriendo a nombres como el de Elfriede Jelinek, y que hacerlo será fácil para un entendido. Pero yo, ni siquiera en mis años de pasión por Dürrenmatt, Weiss, Brecht, etc., me di con teatro escrito por mujeres en alemán, así que pido disculpas por mi incapacidad de respuesta concreta.

(Eso sí: entre los más o menos mil quinientos textos que Reich-Ranicki recogerá en los volúmenes dedicados a la poesía en Der Kanon, las autoras mujeres ocupan un espacio muchísimo más visible, y lo mismo sucede en los otros géneros).

Pasemos a Bloom: Rocío, como dije, lo llama "femifóbico" y también "anglocéntrico". The Western Canon, qué duda cabe, es anglocéntrico: de los veinticuatro autores que considera centrales en la historia literaria de Occidente, trece, más de la mitad, son angloparlantes. Y de los once que no son angloparlantes, ninguno es una mujer. Ahora bien, de los trece angloparlantes, cuatro son mujeres: Jane Austen, George Eliot, Emily Dickinson y Virginia Woolf. Tal parece que a Bloom se le puede acusar de anglocéntrico y de femifóbico, pero no de ambas cosas a la vez. De hecho, The Western Canon parece implicar la idea de que la piedra angular de la historia de la novela inglesa es eminentemente femenina.

Más interesante aun para el caso es el espíritu de otro libro de Bloom: The Book of J, un libro discutible y difícil de confiar, pero también una vigorosa especulación y uno de los más interesantes ejercicios de deconstructivismo que quepa imaginar: Bloom lee el llamado "Libro de J" (una suerte de ur-libro bíblico, que sería el origen de tres distintas partes del Pentateuco y cuyos restos se encuentran esparc
idos en esos otros libros), como producto de la escritura de una mujer, una mujer de enorme talento, intelectualmente sofisticada y de cierta notoriedad en la élite postsalomónica.

Lo importante (teniendo en mente esa acusación de femifobia) es el objetivo de Bloom en The Book of J: probar que los libros de la Biblia podrían leerse de modo tal que toda justificación del patriarcado y del poder del hombre sobre la mujer quedara desactivada, desacreditada e injustificada desde el punto de vista de la tradición religiosa: es un intento de desmontaje de una de las estructuras culturales más activas en la segregación contra la mujer.

Bloom no me parece, sinceramente, alguien a quien quepa atacar por misoginia o por un rechazo particular contra la obra de las mujeres y su importancia en la tradición literaria. Bloom sí ha sostenido, en cambio, una larga batalla contra cierto tipo de feminismo: el de quienes dicen que hablar de rasgos típicamente femeninos en cierta escritura es una reducción esencialista. Bloom sí cree en la existencia de tales rasgos. Lo curioso es que también creen en eso, por necesidad a veces y a veces por simplificación, los críticos y las críticas que ven el mundo dividido en, por ejemplo, "poesía escrita por mujeres" y "poesía escrita por hombres".

Más de una feminista peruana, por ejemplo (y ya no estoy hablando de Rocío, aunque sí me encantaría escuchar sus comentarios al respecto con mayor holgura) es bloomsiana de corazón, aunque prefiera no darse por enterada.

PD: Entre los comentarios a este post hay uno enviado por Rocío Silva Santisteban, les pido a los interesados que lo lean con atención.

Retrato de Bloom por John Abbott. Tomado de aquí. En las otras imágenes: Reich-Ranicki, George Eliot y Emily Dickinson. Bloom considera Mddlemarch, la novela de la primera, la piedra basal de la moderna novela inglesa; un lugar similar otorga a la obra de Dickinson en poesía.

Veredictos

Sobre la resolución que exculpa a Alfredo Bryce

Yo no sé mucho de cómo funciona Indecopi, sé muy poco de derecho en general y menos de los aspectos legales del plagio en particular. Si sé, sin embargo, que la reciente resolución de Indecopi que exculpa al novelista Alfredo Bryce Echenique en el caso de plagio planteado contra él por Herbert Morote es, por decir lo menos, contraintuitiva, sorprendente y, a la luz de todo lo escrito en los meses pasados, seguramente injusta.

No tengo idea de qué puntillosidad legalista respalde la resolución (dicen por allí que no se trata de copia de textos sino de ideas, y que eso deja el caso más allá del poder de Indecopi. No lo sé). Lo cierto es que en verdad nadie duda que el texto que apareció firmado por Bryce era sólo una edición comprimida de otro escrito antes por Morote, es decir, en español simple, un plagio. Los veintiséis otros casos descubiertos con posterioridad dejaron en claro que no se trató de un hecho aislado, ni mucho menos de un inedeseable accidente.

Lamento la resolución porque sé que se atribuirá nuevamente a las operaciones de un grupo de presión, y quizá no sea esa la explicación justa (aunque en el Perú los prestigios pueden mucho, a veces más de lo permisible, y las influencias son la mercancía de nuestro tráfico más frecuente). Pero lamento la resolución aun más porque en nada ayuda a limpiar el nombre de uno de nuestros mayores novelistas, que a estas alturas sólo puede salir bien librado del asunto asumiendo su culpa, pidiendo disculpas por ella y resarciendo de alguna manera a los agraviados.

A Bryce le tengo gratitud y un cariño indeleble que probablemente ya no es recíproco después de mis últimos posts sobre el tema; entre Morote y yo sólo han existido altercados y críticas mutuas. Pero este caso es transparente y la resolución de Indecopi, que lo quiere enmascarar a la fuerza, no tiene mucho sentido y a nadie beneficia.

Foto: Gorka Lejarcegui. Fuente: El País.

20.10.07

Dibujitos

Un concurso y los mejores cómics de (mi) temporada

En 1951, The Observer, suplemento cultural del estupendo diario inglés The Guardian, organizó su primer concurso de cuento, ganado entonces por una historia escrita por Muriel Spark, quien luego continuaría su carrera para convertirse en una de las voces más respetadas de las letras británicas.

En este 2007, The Observer lanzó un nuevo concurso, dando el espaldarazo de su propio prestigio a un género que, aunque vital y palpitante desde hace ya algunas décadas, apenas atraviesa en los últimos años su primer periodo de verdadera aceptación en el mundo de las letras: la narración gráfica.

En este concurso, no de novela sino de cuento gráfico, la ganadora ha sido Catherine Brighton, con una pieza enigmática, con algo de cuento infantil y un twist de dulce humor negro, si cabe la expresión. El título es "Away in a Manger", y pueden verla completa aquí.

Entre los final
istas hay varias otras historias de mucha calidad, como "The Box", de Stuart Kolakovic y la genial "The Waitress", de Finn Dean, pariente expresivo de David Lynch, Alan Moore y Edward Hopper.

Es curioso que, al presentar los resultados del concurso, pese a la notable acogida que tuvo, el editor de The Observer, Robert McCrum, siga sintiendo la necesidad de lanzar nombres de novelistas prestigiosos que admiran el universo de la novela gráfica (Zadie Smith, Nick Hornby, etc) para respaldar ante el gran público la idea de que el género es importante y que en su territorio han surgido ya obras valiosas.

(Yo lo seguiré diciendo a riesgo de caer pesado: una de las novelas más brillantes, inteligentes, emotivas, vitales, complejas e innovadoras que he leído en muchos años es Jimmy Corrigan: The Smartest Kid on Earth, de Chris Ware, un genio del dibujo y el diseño gráfico que es, sin la menor duda, un maestro del arte de la narración. No se puede ser un amante de la novela contemporánea y pasar por alto este libro, un verdadero punto de quiebre de la narrativa de nuestro tiempo --el libro es del 2000).

Para seguir en el tema, y en vista de que hace meses que no les cuento a los lectores del blog en qué andan mis lecturas, les diré que (además de los libros de Harry Mulisch que estoy devorando desde hace semanas), muchas de ellas han sido novelas gráficas. Y quiero recomendarles algunas. Encontrarán que una cosa las une a todas: son exploraciones por el campo del multiculturalismo. No creo que sea sólo una coincidencia guiada por mi propio interés: creo que la narrativa gráfica está haciendo suyo ese tipo de asunto con más asiduidad que otros géneros.

Comencemos por The Name of the Game, de uno de los padres del género, Will Eisner: Eisner es un dickensiano total, y esta es una de sus novelas más épicas y abarcadoras, la historia de tres familias judías migrantes a los Estados Unidos y las luchas, caídas y laberintos de su asimilación al mundo norteamericano. Como Dickens, Eisner tiene una sensibilidad especial para lo patético y para el humor, y para el humor que se esconde detrás del patetismo.

La última entrega de American Splendor, Another Day, de Harvey Pekar, aunque sigue inmersa en los temas habituales de su autor, tiene no pocas cercanías temáticas con la novela de Eisner: en sus relatos más recientes Pekar parece cada vez más movido a contar los orígenes de su familia, también de migrantes judíos. (Y en este volumen hay historias dibujadas por dos de sus mejores colaboradores, los artistas Zachary Baldus y Ty Templeton).

Mucho más inusual es otro libro reciente de Pekar, coescrito con Heather Roberson e ilustrado por Ed Piskor: el título es Macedonia: What Does it Take to Stop a War?, y es una incursión de Pekar por un terreno creativo dominado por mi non-fiction comic artist favorito, Joe Sacco: Macedonia es una crónica-reportaje muy serio, detallado y agudamente articulado sobre la situación de dicho país antes, durante y después de los muchos conflictos que lo acosaron en años recientes. El libro de Pekar es bueno, pero Joe Sacco sigue siendo el indisputable rey del subgénero.

Con guión de Marguerite Abouet (de Costa del Marfil) y dibujos del francés Clément Oubrerie, la novela gráfica Aya es una pequeña joya narrativa y un triunfo plástico: pocas veces encontrarán un relato que los aproxime de manera tan sutil a un escenario de violencia social sin dejar de ser ante todo una historia íntima y personal, y sin caer en ninguna de las muchas tentaciones posibles: no romantiza, no patetiza, no se amarga, no se frustra. El tono es cómico; su dramatismo esencial asoma en los pequeños silencios.

Dejo dos de mis favoritos para el final, porque, una vez más, los liga el tema: la migración desde un país asiático a los Estados Unidos y los avatares de la generación siguiente.

Primero, la novela más reciente de otra de los puntas de lanza del cómic actual: Shortcomings, del americano de origén japonés Adrian Tomine, quizá el más convencional dibujante entre los que vengo mencionando, pero también el más efectivo en su minimalismo y su prolija economía de recursos. Shortcomings es la historia de un alter ego de Tomine: un japonés de California, ácido, incrédulo, retraído, explosivamente contraído en su inexpresividad, y angustiado por la creencia de que su origen oriental le quita oportunidades con las chicas. No les cuento más. Intuyo que esta novela, que tiene el ritmo de un guión cinematográfico, acabará en el cine (y es en un cine donde, curiosamente, ocurre su primera escena).

Por último, el mejor de estos libros: American Born Chinese, de Gene Luen Yang (la carátula es la que abre este post). Ya había leído cosas de Yang (la saga en dos pequeños tomos de Gordon Yamamoto) y debo decir que, aunque siempre ha sido bueno, nada de lo anterior hacía esperar un libro de este nivel: American Born Chinese es una bella novelita, contada en tres planos --los capítulos se ordenan en tres secuencias alternas: la historia del protagonista, un adolescente chino matriculado en una escuela americana; un relato intercalado que sigue las reglas del sitcom; y una historia mítica, dibujada con el tono de los mangas, que ocurre en algún extraño cielo poblado de dioses, héroes y titanes zoomorfos. El momento en que las tres historias empiezan a invadirse recíprocamente, la novela da un salto cualitativo. Otra vez: no digo más y espero que se animen a tratar de conseguirla.

PD: Esta mañana me di una vuelta por Barnes and Noble y compré un par de libros de los que quizá les cuente en los próximos días: comienzo a leerlos esta noche: Reading Comics: How Graphic Novels Work and What They Mean, un estudio de Douglas Wolk (quizá hayan leído cosas de Wolk en el NYT o en Rolling Stone), y el esperadísimo volumen The Best American Comics 2007, editado por el mismísimo Chris Ware.

La gran familia peruana

Acerca de lo mismo de siempre: políticos y periodistas


Una buena parte de la clase social peruana funciona en la práctica como una familia. Una familia, sí, pero en al menos dos sentidos poco deseables del término.

Por un lado, ese sector de nuestra clase política se organiza como una familia mafiosa: con cabecillas todopoderosos, extorsiones apenas encubiertas, alianzas momentáneas, traiciones repentinas y delitos en común.


Por otro lado, es una familia de mito griego, o de tragedia (tragedia para nosotros): los padres se casan con los hijos, confunden el incesto con la lealtad y acaban, como en el otro caso, traicionándose todos a todos.


García, Fujimori, Mantilla, Giampietri: esos son nuestros Capones y nuestros Genoveses, pero también nuestros Edipos, Yocastas y Creontes. García, por ejemplo, es hijo de Mantilla y padre de Fujimori, pero también es cónyuge de ambos y amante de Giampietri, que fue antes su hermano en el genocidio.

Ha llegado un punto en que es difícil decidir quién se salva de la mugre en nuestra esfera política. Acaso nadie por completo, o muy pocos. Tomen por ejemplo la inmunda patraña de la acusación de violación hecha hace poco contra el presidente Alejandro Toledo.

Sabemos que el congresista Espinoza es el demonillo miserable que se prestó para ejecutarla, pero el abanico de posibles motores detrás de la jugarreta es tan amplio que nos deja muy en claro una cosa: nuestra clase política es mayoritariamente un ejército de sospechosos.

Para fiscalizar y seguir de cerca las movidas de esa mafia multicéfala, tenemos al periodismo, claro. Pero, oh desgracia, no siempre nuestros periodistas son mejores que nuestros políticos. Recordemos que el periodismo peruano es el gremio de Álamo Pérez Luna y Nicolás Lucar. El gremio de los sordomudos de la dictadura fujimorista, el gremio de los parásitos y los pandereteros de Montesinos.

Recordemos que la carrera de la mitad de nuestras estrellas de la radio y la televisión noticiosa floreció en los noventas. Cuán fácil para esos fiscales caer en la bajeza de sus fiscalizados.


Lo grave, claro, es que las costumbres iniciadas con Mantilla y García en el primer gobierno aprista --el de las campañas periodísticas de destrucción contra Vargas Llosay las alabanzas a la mística del senderismo--, costumbres que prosperaron, crecieron y se perfeccionaron en la década fujimorista, se han vuelto práctica común en todos los sectores de nuestro menesteroso espectro político y las licencias del amarillismo chicha a la Montesinos se han vuelto aceptables para muchos de quienes alguna vez fueron sus enemigos.

Alguien lanza la campaña contra Toledo y de inmediato tenemos diarios y programas de televisión condenando y crucificando al acusado sin que medie un segundo de reflexión ni el más mínimo interés por confirmar la veracidad de la historia.

Y hoy que una investigación conducida por
Gustavo Gorriti deja en claro que todo fue una invención, ¿cuántos de esos periodistas están dispuestos a decir que se equivocaron, a pedirle disculpas al agraviado y a proponer un castigo contra los complotadores? ¿Cuántos de ellos están investigando quiénes urdieron la mentira y destapando la olla de grillos que le dio lugar?

La noticia de la acusación de violación dio la vuelta por diarios de medio planeta. El descubrimiento de que todo fue falso, no tendrá la misma publicidad. Quienes difundieron la noticia (que no fueron unos engañados inocentes, sino los mismos venenosos irresponsables de siempre), no sentirán la menor responsabilidad por resarcir al agraviado. Si eso no es la moral fujimorista en estado puro, ¿qué es?

Lean aquí y aquí las dos partes de la investigación de Gorriti.
Lean aquí la columna de Mirko Lauer sobre el tema.
Lean aquí el post de Silvio Rendón sobre el mismo asunto.

Fotomontaje gfp.

19.10.07

Facilito nomás

Sobre nuestro amor por la complejidad

Todos sabemos que la idea de escribir literatura muy fácil no es nueva y que la idea de que, mientras más fácil sea, más comercial se volverá, tampoco la han descubierto ayer. A muchos peruanos, sin embargo, nos cuesta trabajo acostumbrarnos a ver nuestra literatura tratada con esa frialdad y ese simplismo.

Porque --no importa lo que digan nuestros índices de lectoría, no importa cuán pesimistas seamos sobre la capacidad promedio de comprensión lectora de nuestros estudiantes-- lo cierto es que en el Perú la tradición de las letras se ha construido bajo el signo de la complejidad y la institución literaria ha mostrado
durante siglos un cariño consuetudinario por los libros difíciles.

Quizá valdría la pena recordar que muchísimos (acaso la mayoría) de los escritores culminantes de nuestra historia literaria son de una dificultad y a veces de un hermetismo a prueba de balas: allí está la oscuridad innegable de la poesía de
César Vallejo, José María Eguren, Martín Adán, Emilio Adolfo Westphalen, Jorge Eduardo Eielson, Rodolfo Hinostroza, Mario Montalbetti, Mirko Lauer.

Allí están, también, la arquitectura complejísima de las novelas de
Vargas Llosa y el barroco que atraviesa la historia de nuestra prosa bajo distintas apariencias, desde Guamán Poma, Garcilaso y el Lunarejo hasta los libros mayores de Rivera Martínez. Y en caminos divergentes del de la nada despreciable complejidad de Arguedas, allí están asimismo las nuevas complejidades de los libros de Colchado o Rosas Paravicino.

Nuestro canon, que es también, en parete (la coincidencia no es necesaria) la lista de muchos de nuestros libros más leídos, incluye textos de una oscuridad o una pluralidad semántica densísimas:
Trilce, Conversación en La Catedral, La mano desasida. Contiene también obras de lenguaje cristalino --Las tradiciones peruanas, La palabra del mudo, etc--, pero incluso en esos casos se trata de edificios monumentales y polifacéticos, aunque cada una de sus partes parezca simple a primera vista.

En efecto, si algo se puede decir de nuestra tradición literaria, es que jamás, ni en sus variantes de mayor arraigo popular, se ha desbarrancado en la creencia paternalista de que hay que ser fácil, didáctico, simple, superficial y, en resumen, más plano que una cancha de fútbol, para poder conectar con el gran público.

¿Será por eso que en el Perú los best sellers venden menos que Vargas Llosa, Benedetti menos que Vallejo, Stephen King menos que García Márquez?

¿Qué pasa si mañana los escritores marqueteros del Perú descubrieran que, para ser realmente vendedores en el país (es decir, no para agotar los menesterosos dos mil ejemplares de una edición normal, sino para llegar a las escuelas, ser leído en las universidades, ser sancionado por el tiempo y la crítica) lo que se requiere no es la simplicidad de las cáscaras vacías sino la complejidad de unas formas y unas ideas plenas? ¿Cuántos estarían a la altura?

Imagen tomada de aquí.