8.7.09

Constelaciones

El peligro del latinoamericanismo precoz
El viaje por Brasil volvió a despertar en mí la misma pregunta que me rondó hace unos años, cuando escribía la tesis doctoral y leía los ensayos de Roberto Schwarz: ¿cuán apropiado es pensar a Brasil como parte de la literatura latinoamericana?

Mejor aún y más delicadamente: ¿de cuántas maneras y con qué amplitud tendríamos que transformar el relato histórico de nuestra tradición si hicieramos un esfuerzo real, y no formulaico, por introducir lo brasileño como un componente plenamente funcional de esa historia?

Los brasileños tienen sus propios relatos de conquista, su propia literatura colonial, la tradición diferente de su monarquía y de la llegada del liberalismo, sus propias e idiosincrásicas emanaciones de la ilustración y del positivismo.

Mientras la novela hispanoamericana del siglo diecinueve se debatía en romances de amor interracial calcados del romanticismo francés y del norteamericano, la brasileña proponía un naturalismo plenamente moderno y se preguntaba por cosas infinitamente más allá del margen de la construcción nacional.

Cuándo Gómez de Avellaneda y Jorge Isaacas seguían tropezando con las especulaciones sobre la hibridación del romance interracial en clave de amor prohibido, Machado de Assis --en nouvelles sorprendentes como El alienista-- se preguntaba sobre la arbitrariedad de la línea divisoria entre cordura y locura y acerca de la naturaleza arbitraria y socialmente determinada de la enfermedad mental.

Cuando, entre 1953 y 1955, el mexicano Juan Rulfo publicaba sus dos libros brillantes sobre la violencia de la soledad y el abandono del desierto, sobre el aislamiento fantasmal que implica la pertenencia a una cultura tradicional en pleno avance de la no menos opresiva modernidad, ya había fallecido el brasileño Graciliano Ramos, su primo hermano literario, que desde décadas antes había reflexionado con armas similares y obsesiones parecidas sobre los mismos temas en el sertón nordestino del Brasil, en novelas imprescindibles como Vidas secas.

Se me dirá: saltando las más gruesas diferencias, la historia de Brasil es fundamentalmente similar a la del resto de América Latina. Se me dirá: se trata, después de todo, de un país americano, de pasado indígena y migración forzada por la esclavitud, con una metrópoli ibera y un dominio de Estado e Iglesia, con una independencia criolla y una historia de problemas postcoloniales, dictaduras de izquierda y derecha, inestabilidad política, etc.

O se me dirá: la historia del Brasil es fundamentalmente distinta de la historia del resto de la región. Se me dirá: introducir a Brasil en el campo y rediseñar el relato histórico latinoamericano para que los rasgos del gigante oriental reciban la atención debida implicaría un ejercicio artificioso. Se me dirá: mejor es reconocer las diferencias de Brasil (otra lengua, una monarquía propia, una república tardía, un gran Estado federal, unas rutas mucho más abiertas de mestizaje, migraciones diferentes, etc) y no forzar las explicaciones.

De acuerdo. Pero sigue habiendo un problema. Si esas son razones para escribir la historia de la literatura latinoamericana al margen de Brasil, ¿no se pueden aducir razones similares para escribirla al margen de, digamos, Cuba, Argentina o Panamá?

¿Se puede diseñar la historia de las letras latinoamericanas sin empezar por reconocer las hondas diferencias de cada historia nacional? ¿Al construir un relato general de lo latinoamericano, no se relegan momentos idiosincrásicos de cada nación porque no alcanzan a influir en las otras, o, viceversa, se los acentúa como si fueran relevantes para toda la región cuando su importancia es estrictamente local?

Pienso, una vez más, en el ensayo de Gustavo Guerrero sobre el cual escribí en el post anterior. Encuentro problemática la pregunta sobre las direcciones de la literatura latinoamericana porque me parece que la interrogante misma nos fuerza a pensar, quizá artificial, quizá artificiosamente, en rasgos generales y compartidos, y a olvidar los que tienen una explicación local, propia de cada tradición nacional, heredada de coyunturas particulares.

Digamos nombres, para anclar la discusión. Piglia, por ejemplo, es enormemente idiosincrásico y personal, diferente, si uno lo compara con otros autores clave de las letras latinoamericanas de hoy. Pero es mucho menos insular si uno lo piensa en relación con Néstor Sánchez, Juan José Saer, Abelardo Castillo, Pablo de Santis. Y, transparentemente, empieza a adquirir aire de familia si uno lo coloca en la rama del árbol de la que provienen Eduardo Ladislao Holmberg, Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges.

Antonio José Ponte no parece menos aislado y distinto en la comparación si nos atenemos a mirar las puntas del iceberg estrictamente contemporáneo y a buscarle similitudes con peruanos y bolivianos. Sin embargo, sus libros parecen cobrar un sentido diferente y, sí, mucho más tradicional y genealógico, cuando pensamos en Lezama Lima e incluso en ciertos híbridos de ensayo y narración de autores como Carpentier.

Piglia y Ponte, dos escritores decididamente cruciales en la narrativa de hoy en la regón, han dedicado gran parte de su trabajo ensayístico a preguntarse sobre la tradición literaria de sus países: Macedonio, Borges, los años de Gombrowicz en Argentina, son los temas más queridos de Piglia. Los "origenistas" lo son para Ponte. ¿Qué derecho tendría la crítica a desligar a esos autores de su más reconocido y reconocible vínculo con la historia de las letras de su tierra?

Hay, entonces, un peligro notorio en preguntarse precozmente acerca de las líneas maestras de la narrativa latinoamericana sin preguntarse antes por las líneas maestras de cada literatura nacional. El peligro está en crear una explicación ahistórica, desarraigada, sin pies sobre la tiera, artificiosa y superficial.

Eso es lo que ocurre cuando suponemos (como muchísimos críticos hacen, en la práctica) que la literatura latinoamericana está conformada por las obras de aquellos autores que alcanzan una lectoría internacional, un cierto reconocimiento regional o metropolitano, con España como gran catalizador. Cuando se hace eso, se condena inmediatamente a los demás escritores, cuyo mérito artístico, estético, ideológico, intelectual, puede ser igual o mayor, a formar parte de esas cada vez más borrosas y menos importantes ligas de la serie B que son las literaturas nacionales.

La consecuencia más absurda es la siguiente: tenemos autores que parecen cruciales en una literatura nacional (Ribeyro, Loayza, Reynoso, Gutiérrez, Colchado, Rivera Martínez, para poner ejemplos peruanos) pero que a la vez son siempre o casi siempre obviados por quienes piensan a nivel latinoamericano.

Tenemos autores de mucha menor importancia nacional y que son, sin embargo, mucho más mentados en la otra liga, no en función de su originalidad, su poder expresivo o su aporte estético, sino en funciòn de su reconocibilidad, que muchas veces tiene poco que ver con su impronta real en la marcha de la tradición o en el quehacer artístico o intelectual del medio del cual provienen.

Las ansias de crear un gran relato latinoamericano se estrellan constantemente con autores sui generis, especiales, diferentes, inubicables. Mi hipótesis es que son esas ansias de un gran relato las que inventan la inexplicabilidad de tales autores.

Porque, claro, supongamos que mañana los libros de Óscar Colchado se volvieran familiares para los lectores latinoamericanos. ¿Cómo podrían no parecer insólitos e inusitados esos libros ante los ojos de lectores que nunca han leído a Arguedas, a Scorza, a Rivera Martínez, a Rosas Paravicino, etc.? Es cuando se anula la dimensión nacional de la tradición que los autores "latinoamericanos" se vuelven insospechados, raros, inesperables. Así, casi cualquier explicable escritor nacional es en potencia un inexplicable autor latinoamericano.

Otra consecuencia de la artificialidad de los recuentos panregionales que olvidan la dimensión nacional es la anulación de los fenómenos locales. La novela peruana de la violencia política, por ejemplo, se pierde como fenómeno y se reduce, internacionalemente, a las obras disímiles de Alonso Cueto y Santiago Roncagliolo; la novela de la postdictadura chilena se localiza en Roberto Bolaño; la novela de la dictadura argentina se vuelve Piglia y un par de nombre más.

En ese ejercicio de simplificación, no es sorprendente que las obras de estos escritores acaben por cobrar una apariencia de casos únicos, y, poco a poco, el panorama de la literatura latinoamericana se va convirtiendo en una colección de ornitorrincos, o en un haz de estrellas solitarias en lugar de una constelación de astros, continuidades, relaciones: nos gana la mentirosa impresión de que Bolaño, Fadanelli, Ponte, Zambra, el cubano Gutiérrez, Paz Soldán, Bellatín, Fuguet, el colombiano Vallejo, Thays, Cueto, Volpi o Pauls han nacido en el aire, en la nada.

Y, por otro lado, todas las literaturas de las tradiciones nacionales latinoamericanas que tengan que ver directamente con la interculturalidad y la transculturación desaparecen: el postindigenismo andino, el centroamericano, el mexicano, se evaporan ante la buscada homogeneización de lo latinoamericano, como si el tema se hubiera congelado en Arguedas, o, mal entre males, en Rigoberta Menchú; como si la literatura peruana o la boliviana o la ecuatoriana hubieran abandonado el impulso de pensar en sus propios procesos sociales con los procesos todavía en marcha.


6 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante apunte. Yo tambien pienso que la literatura brasilera contiene tradiciones diferentes y que han construido su propio 'canon'. Una cosita: cuando pones a Vallejo junto a Paz Soldan, Thays, Bellatin, Cueto, Volpi... lo haces porque son, digamos, "los conocidos", no? Porque la calidad entre el primero y todos los segundos es, por lo menos y sin exagerar, abismal. (Por otra parte, no creo que la obra de los autores peruanos mencionados sea tan conocida en el extranjero -o en Latin America-, al menos no por el gran publico -he tenido la oportunidad de preguntar a personas de varios paises (Espana, Mexico, EEUU, Argentina, Chile, Bolivia, etc) y simplemente no 'nos' conocen mucho como tradicion literaria, excepto por Vallejo, Arguedas y Vargas Llosa. Digo de los peruanos porque no tengo mayores elementos de juicio para hablar sobre que tan conocidos son los otros autores. Aunque, por ejemplo, yo la vez pasada pregunte a un par de amigos bolivianos sobre Paz Soldan y no les parecia muy interesante -imagino que es lo que pasa aca, que no siempre los nombres en marquesina son de los autores mas interesantes).Me parece que son mas conocidos en ciertos circulos academicos y editoriales, y ciertos circulos (bastante de pequeno) de lectores.

LuchinG dijo...

Tú, aquí:

"...existe en la realidad, palpablemente, un largo diálogo histórico en el que los autores de todos los países de América Latina han participado de alguna manera, pero la determinación de los linderos de la literatura latinoamericana es más o menos arbitraria porque responde a un movimiento hecho por la crítica, para acotar, afinar, refinar y hacer visible un campo de estudio."

"Es obvio que el debate Sarmiento-Hernández es más crucial para Borges y para Ricardo Piglia que para Augusto Monterroso. Es obvio que el choque Arguedas-Vargas Llosa significa más para Jorge Eduardo Benavides que para Diamela Eltit."

Y Sumalavia en la actualiación:

"La segunda pregunta tiene una respuesta más clara: la discusión Arguedas-Vargas Llosa no tiene que ser más interesante, importante o artísticamente productiva para Iván que la polémica Wilson-Nabokov. Pero también está claro que la primera no se habría producido nunca, en los términos en los que se dio, si ambos autores no hubieran sido peruanos interesados en reflexionar, en sus obras, sobre la naturaleza de la nacionalidad y la organización de la cultura y la sociedad en el Perú."

Entonces, si la piedra de toque es la reflexión, el diálogo sobre esa supuesta realidad común, ¿ha ocurrido entre el portugués de América y el castellano de América esa reflexión, ese diálogo?

Anónimo dijo...

Todo escritor original se convierte enseguida en un raro, porque subvierte el canon. Ninguno de los escritores que mencionas, tal vez con excepción de Bellatin es un escritor original, alguien que pone en cuestión la escritura de su tiempo. Bellatin no sale de ninguna tradición peruana. Thays salía de Bellatín, volvió al redil de oo manido con su última novela, Bellatin sale de Kawabata. Cueto, además de sus méritos como ganador de Premios internacionales sus novelas no tiene nada de original. Lo nuevo es siempre raro, se adelanta a su tiempo y por lo tanto la crítica no está en capacidad de verlo porque justamente es una propuesta nueva. Sólo un gran crítico, que los ha habido, consigue detectar a los escritores realmente nuevos y originales. En el Perú no hay ese crítico. Hay talentos en la critica que le dan en el blanco que todos ven, pero críticos geniales que acierta en el blanco a lo que nadie ve, eso por desgracia no existe.

Anónimo dijo...

ME apena que este blog, con el altísimo nivel de sus textos, no cuente con la participación de intelectuales que conocen de su existencia e, incluso, son cercanos a su autor (Paz Soldan, por colocar un solo ejemplo). Imagino unas cinco respuestas de especialistas en el rubro y no me queda más que suponer que allí está el germen de un buen libro de crítica. Al caer en saco roto, sin embargo, el contenido de las reflexiones se trunca.

Anónimo dijo...

DE DÓNDE SACAS UNA RELACIÓN JERÀRQUICA ENTRE ROMANTICISMO Y NATURALISMO? ESO RESPONDE A UNA ESTÚPIDA VISIÒN "EVOLUCIONISTA" DE LA LITERATURA, COMO SI EL NATURALISMO FUERA "SUPERIOR" AL ROMANTICISMO.
AHORA MISMO HAY ESCRITORES ROMÁNTICOS EN EL FONDO, COMO BOMBARDERO, CON MUCHÍSIMO TALENTO, ¿Y ESO LO HACE INFERIOR A FADANELLI POR EJEMPLO, QUE PRACTICA UN REALISMO CRUDO?

YA PUES, GUSTAVO, DEJA TUS ANTEOJERAS CRÍTICAS Y EMPIEZA A PENSAR CON LA CABEZOTA INTELIGENTE QUE DIOS TE HA DADO.

VÍCTOR

Gustavo Faverón Patriau dijo...

La reconcentración de la monotemática novela hispanoamericana del siglo XIX es evidentemente una limitación; la modernidad de asuntos y lenguajes del naturalismo brasileño, contemporáneo de aquélla, implica la posibilidad de una mayor versatilidad y riqueza estética e ideológica. Ahí están las novelas para probarlo. Puedes decir lo que quieras, pero si te sientas a leer "María" o "Sab" y luego lees algunas novelas de Machado de Assis, verás a qué me refiero.

Nadie ha dicho que en literatura ciertos modelos impliquen la "superación" de otros, que serían, así, inferiores de alguna manera. Pero si quieres argumentar que el género novelístico no tiene una cierta evolución, estás diciendo algo sin sentido alguno. La historia de la literatura es dialógica y dialéctica. Cervantes coloca en el campo de la novela rasgos que antes ella no tenía: ¿da lo mismo escribir novelas al estilo pre-cervantino que hacerlo con una concepción moderna? No. Si piensas otra cosa, explícalo.