Soy de los poquísimos peruanos que han leído alguna vez un libro de Herbert Morote (izquierda), el casi desconocido escritor que hace unos días acusó de plagio a Alfredo Bryce. Ahora, Bryce, a la vez que niega la acusación, hace notar la extraña costumbre de Morote de asegurar que es gran amigo de ciertas personas para, acto seguido, clavarles un puñal en la espalda, en una actitud que por un lado parece de frustrada emulación y, por otro, un simple ardid publicitario.
El libro de Morote que leí se llamaba Vargas Llosa tal cual, y era una aburrida y desorganizada serie de ataques al escritor arequipeño (a quien, sorprendentemente, llamaba su gran amigo). Copio aquí, como curiosidad, la reseña que escribí aquella vez, publicada en la revista Somos hace unos siete años.Morote, por cierto, luego de aparecida la reseña, pidió una entrevista que le fue concedida y que la revista, luego, decidió no publicar (por falta de interés). A raíz de ello, Morote colocó en Internet una versión de esa entrevista en la que aparecían sus respuestas pero, lógicamente, no aparecía ninguna repregunta, porque jamás se terminó de hacer la entrevista. Se atribuía por ello algo así como una victoria en un debate que sólo existía en su cabeza y en su afán de notoriedad. Un personaje singular.
Vargas Llosa: tal por cual
Por GUSTAVO FAVERÓN PATRIAU
Escribir en contra de Vargas Llosa es, a estas alturas, un deporte nacional, un ejercicio frecuentísimo y, por supuesto, todo un género de literatura. Su cultor más reciente es Herbert Morote; el título de su agravio, Vargas Llosa, tal cual.
| Herbert Morote ha leído mucho a Vargas Llosa, pero lo ha leído mal. Escribe acerca de él como escribiría un feligrés sobre un gurú que le falló, y acerca de sus obras como lo haría un viejo católico embravecido sobre los libros apócrifos de la Biblia. No comprende —o prefiere olvidar— que difícilmente puede alguien aproximarse a una pieza literaria con los ojos inyectados, dispuesto a avasallar a patadas y cabezazos cualquier cosa que en ella se diga y aun así comprenderla, evaluarla, meditarla, censurarla y esclarecerla. |
Escribe un prólogo previniendo al lector sobre lo absurdo que sería culparlo —a él, a Morote— de envidia, de un vano afán destructivo, de un parricidio inmotivado, y luego embiste, en sesenta mil palabras, con ataques, parricidios y destrucciones no sólo gratuitas hasta el delirio sino profundamente inútiles. ¿Qué se aprende de su libro? En principio, nada referido a Vargas Llosa, porque los descubrimientos sin fundamento, los cocachos atrabiliarios y los destapes inconsistentes que el autor desliza no cargan el menor interés. Pero se aprende mucho sobre Morote. En principio, nos enteramos de que este supuesto estudio suyo sobre El pez en el agua no inaugura ningún camino para el comentario literario, ninguna vía crítica, de hecho no nos permite abrigar ninguna esperanza sobre la aparición de una voz en el debate cultural (el tono de Vargas Llosa, tal cual se aproxima más, lo digo sin inquina, al de un talk show de media noche). También comprobamos que no es fácil hablar de teoría literaria cuando se sabe de ella tanto como sobre las formas de vida en Ganímedes: se puede acabar por confundir una idea vargasllosiana (cuyo origen se remonta a Goethe, al romanticismo y al Sturm und Drang, por lo menos), como es la teoría de los demonios del escritor, con una suerte de urdimbre mefistofélica destinada a dañar a nuestros semejantes -tal parece ser la insólita interpretación de Morote-; se puede caer en enojosas contradicciones, incluso al tocar temas elementales para quien emprende la escritura de un ensayo, como cuando el autor desbarra acerca de qué cosa es ficción, qué es biografía, qué autobiografía y qué cosa es una memoria. | Y cuando eso no se tiene claro -lo que de por sí no sería poca cosa-, uno corre el riesgo de malgastar sus más encomiables esfuerzos disparando sobre la sombra de un blanco y no sobre el blanco mismo: Morote no sabe bien qué tipo de libro es El pez en el agua, no ha notado que la factura de la obra es arbitraria, que su construcción es demasiado buena para que su historia sea estrictamente cierta (demostrar lo obvio nunca es un buen ejercicio), que El pez en el agua es uno de los libros que más delicada y agudamente cuestionan la certeza de los límites entre literatura testimonial y ficción, entre memoria y novela, entre crónica e invención; piensa que está siendo un puntilloso semiota genettiano cuando despliega sus glosas sobre el texto de Vargas Llosa, y en verdad sus interpretaciones tienen el resabio de un curioso examen oral rendido por un aprendiz de psicoanalista, sobre un paciente que no se conoce. El pez en el agua es uno de los más importantes libros de la literatura peruana en la última década; este tomo de Morote, literatura biliar y sorprendentemente enardecida, no trata en verdad acerca de él, trata sobre otro libro, que existe sólo en la imaginación del circunstancial crítico.
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