(Viene de aquí...)
Cito extensamente pasajes posteriores del ensayo del profesor Huamán. Dice:
“El estudio de Gustavo Faverón tiene como título «El principio de afiliación»* y utiliza un concepto propuesto por Edward Said... Faverón sostiene lo siguiente: «Las ficciones de los años de la violencia política en el Perú abundan en la noción de una filiación natural problemática, cuando no imposible; pero, en un giro que las distancia de Said, aquí la afiliación resulta, casi siempre, no la alternativa, sino la causa de la destrucción de las filiaciones naturales». ¿Qué significa «filiación natural problemática, cuando no imposible»? ¿Por qué afirmar que la afiliación que causa la «destrucción de las filiaciones naturales» constituye un giro que se aleja de Said? Tal vez, en el primer caso, no se ha entendido correctamente qué es una filiación y, en el segundo, se ha obviado que Said señala exactamente que las afiliaciones tienden a reemplazar a las filiaciones”.
Quiero responder a esas primeras preguntas, antes de que la acumulación de imprecisiones acabe por confundir al lector. La primera pregunta de mi colega es “¿qué significa “filiación natural problemática, cuando no imposible”? En la mayor parte de los cuentos recogidos en Toda la sangre, uno de los rasgos más recurrentes es la representación de familias atomizadas, de relaciones filiales destruidas como consecuencia de la guerra, y singularmente como consecuencia de la afiliación al senderismo de muchos de los protagonistas.
Eso ocurre, por ejemplo, en “Una vida completamente ordinaria”, de Miguel Gutiérrez, donde el personaje ha decidido que la opción de la clandestinidad supone la pérdida de la posibilidad de formar una familia. Sucede también en “Cirila”, de Carlos Thorne; en “El cazador”, de Pilar Dughi, donde la relación entre padre e hijo es cercenada por la forzosa inclusión de ambos en las filas de Sendero Luminoso; en “El padre del tigre”, de Carlos Eduardo Zavaleta y en “Por la puerta del viento”, de Enrique Rosas Paravicino, relatos, ambos, en los que un padre (natural en el primer caso, adoptivo en el segundo) enfrentan la posibilidad de cancelar el vínculo familiar con sus hijos debido a la opción violentista de ambos, es decir, debido a su afiliación a la subversión. Con diferencias ideológicas evidentes, el fenómeno se repite, en la dirección opuesta, en “Pálido cielo”, de Alonso Cueto, donde es el hijo quien ve el lazo familiar amputado tras el ingreso de sus padres y su hermano en el movimiento clandestino. En todos esos casos, es la relación de filiación la que se hace trizas debido a que los personajes anteponen a ese vínculo la nueva relación de afiliación al grupo político.
Luego se pregunta el profesor Huamán “¿por qué afirmar que la afiliación que causa la «destrucción de las filiaciones naturales» constituye un giro que se aleja de Said?”. Curiosamente, la mejor manera de responder a esa duda, muy legítima pero muy despistada, es recurrir a la respuesta que ofrece el mismo profesor Huamán a continuación. Escribe mi colega:
“[Said] entiende que a fines del siglo XIX y comienzos del XX se produce un cambio en la sociedad y la cultura, que obras como Tierra baldía, Ulises, Muerte en Venecia y otras expresarían la crisis de la filiación. Como apunta Said: «Parejas sin hijos, niños huérfanos, nacimientos abortados y hombres y mujeres incorregiblemente célibes pueblan con asombrosa insistencia el mundo del modernismo refinado, todos los cuales dan a entender las dificultades de la filiación» (31). Pero ello conduce al surgimiento de nuevas afiliaciones: «La única alternativa diferente parecían ofrecerla las instituciones, asociaciones y comunidades cuya existencia social no estuviera garantizada de hecho por la biología, sino por la afiliación»”.
Cualquier lector avisado habrá visto ya la diferencia, pero prefiero hacerla explícita para que la entienda mejor mi colega. La diferencia entre lo que Said propone para la novela modernista europea y lo que yo descubro representado en la ficción de la violencia política peruana, reside en el vínculo causal entre la disolución de las filiaciones y el surgimiento de las nuevas afiliaciones. Said, en efecto, encuentra que las nuevas afiliaciones son una alternativa ante “las dificultades de la filiación”. Es decir, en Said, la afiliación viene después y es un recurso alternativo posterior a la destrucción de las filiaciones naturales, es decir, al vinculo trizado de la familia. Lo que yo hallo en las ficciones de la violencia política funciona en el orden inverso: la destrucción de las filiaciones naturales no es causa, sino consecuencia de las afiliaciones (muy particularmente, de la afiliación de los sujetos a la subversión): el ensanchamiento de la brecha generacional entre padres e hijos y la disolución de la filiación sobrevienen cuando, casi siempre, los hijos deciden incorporarse al movimiento clandestino, que les ordena abandonar el vínculo familiar. (De nuevo, los ejemplos están en los relatos de Dughi, Thorne, Gutiérrez, Rosas Paravicino, Zavaleta, etc. Un contraejemplo interesante se encuentra en “La casa del cerro El Pino”, de Óscar Colchado Lucio, donde la filiación se mantiene a pesar de la afiliación subversiva).
Yo mismo explico, en un párrafo que el profesor Huamán cita, que la presencia “invasiva” de Sendero Luminoso “en pueblos y hogares era la disrupción de toda normalidad genética. El senderista –ese monje laico cuya mente funcionaba de acuerdo a principios desconocidos... era la encarnación de un movimiento ajeno a las formas tradicionales de filiación natural y afiliación comunitaria”**. Es decir, no el fenómeno que explicaba Said, aunque sus categorías --filiación y afiliación-- sean todavía útiles para el análisis, sino el fenómeno inverso. Curiosamente, el profesor Huamán critica la utilización, según él, mecánica y no matizada, del análisis de Said en el caso peruano, cuando es él quien no comprende que las categorías de Said puedan ser todavía productivas si uno reconoce primero las diferencias entre el corpus que investiga el crítico palestino y el que estudio yo en la introducción de Toda la sangre, en el que las mismas categorías subsisten, pero su relación causal se invierte.
No quiero extender esta respuesta infinitamente. Dado que los párrafos finales del ensayo del profesor Huamán se sostienen sobre esa lectura errada de mi texto en relación con el de Said, además, resultaría sin duda reiterativo comentarlos. En resumen, el profesor Huamán ha hecho una lectura prejuiciosa de mi ensayo, adelantando opiniones sin sustento, como aquella acusación del interés comercial, o la idea de que la proliferación de la literatura sobre la violencia política responde al deseo de reforzar mecanismos neoimperialistas o neocolonialistas. El lado teórico de su argumentación resulta anodino, pues se levanta sobre la incomprensión tanto de las categorías que él maneja (las de Anderson), como las que quiere criticar en mi ensayo (las de Said). Sus observaciones acerca de la invención del corpus de la narrativa sobre la violencia política carecen de sustento, o son incompatibles, en todo caso, con la mención que hace de otros corpus que no debería juzgar menos arbitrarios. Quisiera encontrar en su argumentación puntos que corrijan o enriquezcan mis propias ideas sobre el tema, pero lamento decir que me ha sido imposible.
* Otro error: el ensayo se titula “El precipicio de la afiliación”.
** Cuando digo que la extensión de la afiliación senderista causa la “disrupción de toda normalidad genética”, me refiero, como es evidente, a la normalidad genética de la filiación: genético, en este caso, significa “relativo al origen”. El profesor Huamán no comprende ese sentido transparente (segunda y cuarta definiciones del adjetivo “genético” en el diccionario de la RAE) y eso lo conduce a acusarme de determinismo biológico y a preguntarse, sin sentido ni elegancia alguna: “¿acaso los «indios» están afincados a la tierra porque sus cromosomas lo establecen?” No, profesor Huamán, nadie está hablando de cromosomas.