24.5.08

Más McCarthy al cine

Y quizá también en nuestro Círculo de Lecturas

Todo parece indicar que, después de todo, sí habrá un Círculo de Lecturas de Puente Aéreo y que el primer libro elegido podría ser
The Road (La carretera) de Cormac McCarthy, el más mencionado hasta ahora entre las sugerencias de los lectores (aunque Paul Auster ha sido también nombrado con alguna insistencia, los comentaristas no se han puesto de acuerdo en ningún volumen en particular).

Parece que la gente se tomó en serio lo de seguir el ejemplo de Oprah:
The Road es hasta la fecha uno de los libros más exitosos del multitudinario club de lecturas de la conductora televisiva americana. Pero nosotros no aspiramos a la muchedumbre, claro está, sino apenas a una conversación interesante cada mes entre un grupo de interesados que ojalá sea relativamente numeroso.

Para no desaprovechar la oportunidad, les cuento un par de datos sobre McCarthy y la suerte que sus libros están corriendo en Hollywood, desde el éxito abrumador de la versión cinematográfica que los hermanos Cohen hicieron de
No Country for Old Men.

Actualmente, están en diversos estadios de filmación otras tres cintas basadas en libros suyos: Stephen Imwalle prepara una adaptación de
Outer Dark; John Hillcoat (director de la notable The Proposition, con guión de Nick Cave), trabaja su propia y multiestelar versión de, precisamente, The Road, con Charlize Theron, Vigo Mortensen, Robert Duval y Guy Pearce en los papeles principales, y, por último, el rey de los altibajos, Ridley Scott (el mismo de Blade Runner), estrenará el 2009 una versión fílmica de Blood Meridian.

21.5.08

¿El ejemplo de Oprah?

Una posible utilidad de la blogósfera

¿Qué pasaría si un blog literario se encargara de organizar un club de lecturas? Me explico: un círculo de lectores que se comprometieran a leer un libro diferente cada mes y luego, a través de los comentarios de un determinado post, participaran de una discusión on line sobre ese libro.

¿No sería una manera interesante de hacer que la blogósfera contribuyese en algo a la activación del debate literario en el país, y a la difusión y promoción de la costumbre de leer y opinar?


Podría incluso discutirse primero el tipo de libro, en función de varios factores: que sea una lectura que valga la pena y que pueda convocar el interés de un número considerable de personas; que se trate de un libro que pueda ser adquirido sin mayores dificultades (de bajo precio, de presencia actual en librerías); que sea un libro interesante y polémico, en el sentido menos banal de la palabra: un libro digno de discutir y capaz de propiciar ideas y debates.


La participación de lectores comunes junto a críticos y escritores sería sin duda un aliciente y un paso adelante para superar la brecha que separa la esfera de los intelectuales de oficio de la del público en general, de paso que contribuiría a clausurar la idea de que el mundo de la creación, el mundo de la crítica y el de quienes leen principalmente por esparcimiento están irremediablemente divorciados.

Reencarnación del Eternauta

Novela de Oesterheld y Solano López al cine

Ésta es sin duda una noticia notable para los amantes del cine latinoamericano, los enamorados de la ciencia ficción y los fanáticos del cómic: Lucrecia Martel, la cineasta argentina que saltó a la fama siete años atrás con su primer largometraje, La ciénaga (2001), y que posteriormente confirmó su talento con La niña santa (2004), está concluyendo la preparación de un guión para llevar a la pantalla una adaptación de
El eternauta, el legendario cómic de Oesterheld y Solano López.

Martel, cuya tercera cinta, La mujer sin cabeza (2008), compite este año en Cannes por la Palma de Oro, no parece la primera elección que a uno se le cruzaría por la cabeza para dirigir una película basada en la novela gráfica ideada por Oesterheld y dibujada por Solano López: el cine de Martel es personal y muy íntimo, superrealista y orientado a la construcción de escenarios opresivos y psicologías complicadas, muy en la onda de buena parte del silencioso y demorado cine argentino de autor que prolifera en la última década, mientras que El eternauta es, claro, una delirante y paranoica epopeya de resistencia antiautoritaria, bajo la forma del relato de una invasión entraterrestre y la lucha de los renegados que le ofrecen resistencia.

Si les picó el diente la noticia, pueden ver más información en el cable de AFP que reproduce el blog Entrecómics.

Imagen: antes de su llegada a la pantalla, el Eternauta ha sido llevado a los muros de Rosario.

20.5.08

Top 10: mundos alternos

Mis universos imaginarios favoritos

Toda obra literaria es la invención de un mundo alterno, pero algunas lo son más que otras, o, al menos, lo son de maneras más específicas. En ciertos casos, pretenden literalmente la creación de un universo regido por unas leyes propias, escenario de la imaginación que reemplaza al mundo tal como lo conocemos, aunque de manera esquiva quiera reflejarlo o comentarlo. Mi lista está hecha de ese tipo de ficciones.

1.
La República, de Platón. La primera utopía, anterior por muchos siglos a la acuñación del término, es este largo tratado filosófico que, a través de la forma del diálogo, intenta delinear los pesares de los estados corruptos y las virtudes de las naciones física y metafísicamente victoriosas. Platón como autor y Sócrates como cicerone: ¿qué más se puede pedir?

2.
Utopía, de Thomas More. Otro tratado filosófico, bajo la forma de una narración. More propone un universo alterno del que ambiguamente se abstiene de opinar, dejándonos sólo con su invitación final a la reflexión: del reino de Utopía, dice More al final, hay cosas que no se deben imitar pero también otras que debería ser justo seguir.

3.
La nueva Atlántida, de Francis Bacon. Con bastante más vocación novelesca que la obra de More, a la que alude e, implícitamente, incluso cita, el texto de Bacon es uno de los cimientos de la ciencia ficción, debido al interés de su autor de mostrar a sus lectores las numerosas virtudes que se deribarían de la aplicación social de las ciencias naturales y del método experimental.

4.
La ciudad del sol, de Tommaso Campanella. Con el impulso novelesco de Bacon y la finalidad moral de More, Campanella compone una civilización teocrática, pacifista, de afán comunitario y complejidades éticas como la que le hace proponer un mundo en el que objetos los materiales, los niños y las mujeres fueran una suerte de fondo común y compartido.

5.
El otro mundo: los estados e imperios de la luna y del sol, de Savinien Cyrano de Bergerac. Yo solía creer que Cyrano era un personaje ficticio hasta que leí estos dos pequeños volúmenes suyos, en los que no sólo se narran viajes a la luna y al sol, sino los muchos encuentros con sus habitantes: se trata, como era costumbre en la época, de una indirecta sátira de los males de las sociedades contemporáneas del autor.

6.
Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift. Otra sátira social y sobre todo política, que el tiempo y los frecuentes tijeretazos de decenas de editores incescrupulosos ha transformado, irónicamente, en una ficción para niños. La imaginación de Swift no sólo construye un mundo alternativo, sino media docena de ellos, cada cual más inesperado que el otro y cada uno más imbuido con la semilla polémica del autor.

7.
1984, de George Orwell. La ciencia ficción y la novela política se encuentran cara a cara, en sus mejores facetas, en esta novela de Orwell que los fascismos de izquierda y de derecha han transformado en una referencia inevitable. Es sabido que el 1984 de Orwell aludía al año 1948, y es sabido también que el imaginario de la novela ha pasado a ser moneda corriente en la imaginación del autoritarismo contemporáneo.

8.
La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares. Las islas (Utopía, la nueva Atlántida, las ínsulas de Swift, la ciudad del sol) son escenario favorito de la ficción utópica y también de esta ficción argentina en la que el mundo y sus habitantes se vuelven proyección imaginaria y hasta los sentidos y las sensaciones parecen adquirir la transparencia del holograma y el simulacro.

9.
Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Macondo, descrito en esta novela y en varias otras ficciones del autor colombiano, es una pequeña ciudad colombiana, inspirada, como Comala, Santa María o Yoknapatawpha, en un lugar real, pero la singularidad mágico-realista que informa la lógica de su mundo le permite distinguirse tan consistentemente del mundo cotidiano como para integrar esta lista hecha de universos irreales.

10.
París, de Mario Levrero. Si algo está claro acerca de este París de Levrero, es que no queda en Francia ni en ningún otro lugar del mapa conocido. La ciudad de los trenes que viajan en círculos de trecientos años de duración, de los taxis fantasmas y los hombres a quienes crecen alas de pterodáctilo es una de las creaciones más idiosincrásicas y enigmáticas de la novela latinoamericana en el siglo pasado.

Imagen: como quien le pide disculpas a Faulkner por no incluirlo, coloco aquí el mapa de Yoknapatawpha que él mismo diseñó para el volumen de sus obras reunidas.


19.5.08

Trabalenguas 10

Los frutos marchitos de la palabra semanal

--¿Qué pensarías si de aquí a veinte años en el Perú siguen manteniendo la misma indiferencia ante tus libros?
--Igual le pasó a César Vallejo, Carlos Oquendo de Amat y Manuel Scorza. Esa es mi tradición.
--¿Te consideras tan buen poeta como los que mencionas?
--Obvio.

(Entrevista de Carlos García Miranda a Leo Zelada. Plop. Plop. Tres veces plop).

"Saber que Dali era subrrealista antes de saber que significaba esa palabra".

(José Alejandro Godoy, en homenaje por el día de la madre, confunde surrealismo con subrealismo y deja claro que aún no sabe qué significa la palabra. "Surrealismo", como se sabe, viene del francés
surréalisme: sur-réalisme, es decir súper-realismo --o más allá de la razón, como lo definía Breton--. De acuerdo con su etimología, el surrealismo sería lo contrario del subrealismo, incluso si no hay nada que llamemos subrealismo).

"Y cuando alguien cometió el error de nombrarme co-editor del álbum de la promo, un ejército de ratas chillantes entonó un himno a la envidia que me dejó en vela toda una noche".

(¿Quién, pasados los sesenta años de edad, se tomaría la molestia de acusar de envidiosos a sus antiguos compañeritos de colegio? Pues quién va a ser. César Hildebrandt, claro. En un artículo, Hildebrandt explica que casi todas las personas que lo han conocido a lo largo de su vida lo han envidiado, desde la cuna hasta su precoz decrepitud. No explica por qué, así que el misterio continúa).

18.5.08

Top 10 mortal

Sobre la muerte y la agonía

Hace tres años, en una conversación con un grupo de colegas de la University of Southern California, alguien me preguntó qué libros incluiría en un curso de literatura comparada cuyo tópica fuera la muerte. En mi respuesta mencioné varios de los libros que nombro a continuación.

Aquí van mis diez ficciones favoritas (¿
favoritas será la mejor palabra aquí?) sobre el tema de la muerte y/o la espera de la muerte. Van sin ningún orden particular y quedo a la espera de los candidatos que los lectores del blog hubieran elegido.

1. Hamlet, de William Shakespeare. Imagino que esta elección no es necesario explicarla: en el drama de Shakespeare la muerte es más que solo eso: es la interrogación sobre la posible vacuidad de la existencia y la indignación ante quien toma una vida ajena.

2. La muerte de Iván Ilich, de León Tolstoi. En la pequeña novela de Tolstoi un accidente estúpido y en apariencia intrascendente termina poniéndole fin a la vida de un hombre. Pocos relatos señalan tan notoriamente la inconmensurabilidad del discurrir de la vida ante el aparente sinsentido de su final.

3. Aura, de Carlos Fuentes. En la decidida y cíclica (pero pasajera) resurrección de la anciana está marcada la imposibilidad de renunciar a la vida. La mujer que es madre de sí misma es una imagen descarnada (o reencarnada) del monstruoso y sin embargo natural deseo de vivir para siempre.

4. Una muerte muy dulce, de Simone de Beauvoir. Hace poco expliqué mi cariño por esta nouvelle en que Beauvoir describe la muerte de la madre de la protagonista evadiendo la dramatización del final, convirtiéndola no en tragedia sino en fin natural de la existencia.

5. La montaña mágica, de Thomas Mann. Hans Castorp, el visitante temporal del hospital, se convierte casi inadvertidamente en uno de sus pacientes permanentes. Los siete años de agonía se transforman en el presagio de una muerte que no causará la enfermedad, sino la entrada del protagonsita en la guerra. Narración filosófica en esencia,
La montaña mágica contiene acaso las más profundas reflexiones de la novela europea sobre los temas de la enfermedad, la agonía y la muerte.

6. El sur, de Jorge Luis Borges. En sólo un puñado de páginas Borges plantea, más allá de un complejo estudio sobre la literatura como prolongación de la vida (emblematizado en ese texto de
Las mil y una noches que Dahlmann relee constantemente), una revisión compleja del tema de la muerte como corolario y definición retrospectiva de la vida de cada ser humano.

7. Antígona, de Sófocles. Uno de los textos más veces reescritos en las letras occidentales,
Antígona no sólo reflexiona sobre la muerte y sus consecuencias en la vida de quienes son afectados lateralmente por ella, sino además acerca del valor de la muerte en la formación de la memoria comunal.

8. Los adioses, de Juan Carlos Onetti. En cierta forma una breve reescritura de
La montaña mágica, la nouvelle de Onetti ofrece una mirada singularmente oscura (en cierta forma sucia) más que sobre la muerte, sobre el vacío significativo de la vida, que Onetti parece concebir como una agonía inevitable y una sucesiva degradación.

9. Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Acaso el más interesante clásico latinoamericano sobre el tema de la muerte, la novela de Rulfo, como varios de sus cuentos, comprende la muerte como seña de la destrucción de una comunidad, una destrucción que no es progresiva, sino más bien el estado perpetuo de ciertos gastados y enfermos cuerpos sociales.

10. Everyman, de Philip Roth. Esta novela corta es en cierta forma el más bello responso fúnebre que quepa imaginar: la constación de las nimiedades y los pequeños triunfos incoloros de una vida común a la luz de la desaparición de un hombre que podría ser cualquier persona.

16.5.08

Arqueología

Lecturas superficiales y de las otras

Estas son dos cosas que he hecho con frecuencia en el blog: la primera, quejarme del limitado rango de lecturas que tienen muchos jóvenes estudiantes de literatura e incluso, a veces, escritores de la última generación, que limitan su canon personal a la narrativa contemporánea, y, dentro de ella, a poco más que la novela anglosajona y la hispanoamericana actuales; la segunda, recomendar con insistencia la lectura de los clásicos, o, por lo menos, de escritores consagrados de generaciones previas.

Hay un argumento que no he usado hasta ahora, según me parece, aunque es el más obvio y el que coloca los dos asuntos anteriores en una misma cadena de consecuencias: quienes sólo leen literatura contemporánea, no pueden disfrutar sino su superficie, pierden la oportunidad de gozar con el descubrimiento de su arqueología, de sus fuentes, de sus orígenes, de aquello que movió a sus autores a la escritura. Considerando que muchos de los adoradores de lo contemporáneo caen rendidos a los pies de novelas profundamente metaliterarias y postmodernas, es decir, hechas de citas y referencias, de parodias y alusiones, esa carencia resulta incluso paradójica y, ciertamente, castradora.

Porque, ¿cuánto puede disfrutar de Auster quien no ha leído a Borges, y de Borges quien no conoce a Homero, a Shakespeare, a Coleridge, o quien ignora a Chesterton, a Kipling, a De Quincey? ¿Cómo puede intentar una comprensión abarcadora de Vargas Llosa quien desconoce a Flaubert, a Victor Hugo, a Tolstoi? ¿Hasta qué punto puede decir que comprendió los mecanismos de Bolaño quien no leyó a José Bianco o los de Caicedo quien no leyó a Cortázar o los de Vila-Matas quien no leyó a Pérec?

¿Cuán adentro de una novela de Onetti o de García Márquez llega quien olvidó leer a Faulkner? ¿Qué sabe de Carver quien esquiva a Hemingway, o de Bukowski quien desatiende a Burroughs o a Kerouac, o de Levrero quien prefiere no leer a Kafka, o de Kafka quien deja de lado a los místicos alemanes? ¿Cómo comprender cabalmente a Javier Marías sin fijarse antes en Cervantes, en Sterne, o disfrutar a Fernando Vallejo sin prestar atención a Quevedo o a Thackeray? ¿Qué les dice Antonio José Ponte a quienes no han leído a Carpentier y Lezama Lima, o Lezama Lima a quienes no han leído a Góngora o a Valéry?

Hay una diferencia notable entre un buen lector y un observador de superficies, y no hay buen escritor que no sea un buen lector. Cada obra literaria de importancia, como quería Borges, es siempre una reescritura, una inscripción en la tradición y a su vez una reforma de ella. Leer un libro sin comprometerse en el tejido dentro del cual ha sido engendrado es mutilarlo, esterilizarlo, amputarle una parte; es como ver una película con un ojo cerrado y los oídos tapados: es leerlo sólo en parte, silenciar mucho de lo que tiene que decirnos.

Imagen: Laurence Sterne. Quienes adoran la novela postmoderna no deberían pasar por alto su Tristram Shandy, no importa que sea de 1759.

15.5.08

Heraud

La ambigüedad de la leyenda

Quizá nadie en la literatura peruana tiene un aura legendaria tan grande y una impronta de influencia tan pequeña en nuestras letras como Javier Heraud.

Su nombre es de los pocos que casi cualquier escolar reconoce, aunque sus libros sean virtualmente ajenos a cualquier discusión sobre el devenir de la literatura en el país.


Muerto tras escribir sólo aquella parte de su obra que en casos normales hubiera llevado la etiqueta de obra primera u obra de juventud, Heraud deja escasas señales en nuestra tradición, con sólo un puñado de poemas de retórica libertaria y rebelde y tono de profecía dicha a media voz.

Joven talentoso, poco más que un adolescente, Heraud se perfilaba como una promesa literaria, que quedó incumplida con su muerte violenta en Madre de Dios, pero muy rápido se convirtió en cifra de la izquierda revolucionaria y del ímpetu transformador de la juventud.


Paradójicamente, Heraud se ha convertido en una figura oficial: su nombre bautiza calles, plazas e instituciones, tanto formales como informales, y su estela se ha vuelto parte del tejido de la memoria nacional. Quien murió luchando contra el Estado y el status quo, a manos de la misma gente del pueblo a quien decía defender, ha sido subsumido y consumido para transformarse en una figura romántica, heroica no por su ideal político sino por su apariencia de personaje novelesco: el chico del Markham que viajó a la Unión Soviética y a Cuba y le gustó lo que vio (dos de las dictaduras más atroces del siglo) y se transformó en guerrillero.


Heraud murió rechazado por la gente de Madre de Dios, que colaboró con la policía en una operación improvisada contra la pequeña columna de ocho miembros del Ejército de Liberación Nacional. Fue en mayo hace cuarenta y cinco años, en 1963, cuando la izquierda oficial, liderada por el Partido Comunista, ofrecía su apoyo a Belaunde en la campaña electoral que marcó el regreso del país a la democracia. No murió asesinado, como porfía la leyenda contemporánea, sino acribillado a consecuencia de una balacera en la que usó las armas con las que planeaba iniciar operaciones guerrilleras días más tarde.


Hay quienes dicen hoy que Heraud sería, en el Perú de nuestros días, vilmente acusado de terrorismo si hiciera las cosas que hizo en aquellos tiempos. Lo dicen como apuntando a lo que llaman la campaña macarthista del gobierno contra los movimientos reivindicativos regionales y sindicales que tienen lugar ahora. Heraud nunca cometió una acción terrorista. Y sin embargo me pregunto cuántos peruanos hoy, tras la experiencia de Sendero Luminoso y el MRTA, no estarían de acuerdo en llamar terroristas a quien tomaran las armas para derribar el sistema político. Y cuántos peruanos hoy podrían culpar a los que llamaran terroristas a quienes ensayaran la subversión violenta y armada y sediciosa en vez de buscar vías democráticas para transformar la sociedad.

Yo creo que a Heraud hay que leerlo como a un poeta joven, que eso fue, un poeta idealista, como se entiende en sus páginas, y un poeta a veces intimista y a ratos populista, como delatan sus versos. Pero no entiendo que se quiera transformar a Heraud en un ejemplo político ni en una figura a imitar. Jóvenes idealistas que tomaron las armas y luego presenciaron la conversión de su movimiento en una espiral de asesinatos y violaciones, los hay muchos en el Perú. Jóvenes idealistas que triunfaron para luego transformarse en saurios dictadores y símbolos de la prepotencia y el atropello, hay ya demasiados en América Latina.


14.5.08

Foucault no existe

Porque Francia, aparentemente, no existe

En cierto post reciente, que un amigo me comenta, Carlos Gallardo ha ensayado una puesta de lápida sobre la cultura francesa contemporánea.

Apunta que desde mayo del 68, Francia no sólo ha extraviado su antigua hegemonía sobre el pensamiento occidental, sino que, además, no ha aportado al mundo otra cosa que una variopinta herencia en la que quiere reunir desde el oenegeísmo militante hasta la corrección política y varios otros demonios de aquellos que pueblan las pesadillas de la derecha.

Como remate al artículo, Gallardo convoca a sus coetáneos, "los postmodernos", a "deconstruir" los legados de esa Francia paupérrima y confusa.


Uno se pregunta si Gallardo, perdido en el galimatías de sus propias palabras, no ha notado al menos que los dos términos a los que tanto recurre --postmodernidad y deconstrucción--, y el corpus textual que los sustenta son crucialmente un aporte de la tradición francesa contemporánea al pensamiento filosófico occidental; que la definición misma del mundo contemporáneo como postmoderno empieza en los diversos avatares del postestructuralismo francés; que la idea de deconstrucción, que en Derrida no es la misma que en Heidegger, es también una construcción de la filosofía francesa.

Decir que Francia no ha aportado nada intelectualmente desde finales de los setentas no es sólo desconocer el grueso de la obra de Derrida, sino también la de Foucault, Lyotard, Touraine, Kristeva, Débord, Lacan, Deleuze, De Certeau, Bordieu y la obra de quien es hoy uno de los filósofos más influyentes en todo el mundo: Alain Badiou, que comenzó a publicar, precisamente, en 1969.

Quizá Gallardo crea que no son relevantes, y que todos son igualmente despreciables bajo la etiqueta (que cita) de "la escuela del resentimiento". Pero, dicho sea de paso, y paradójicamente, esa etiqueta la inventó, en la introducción a
The Western Canon, Harold Bloom, cuya obra no existiría sin el postestructuralismo francés.

Bacon en el Perú

La Nueva Atlántida y el Antiguo Perú

Por azar, he leído en pocos días la
Utopia de Thomas More y dos de sus mejores réplicas ficcionales: The New Atlantis de Francis Bacon (que alude directamente a aquella) y "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" de Jorge Luis Borges, cuento escrito con los dos relatos anteriores en mente.

En
The New Atlantis (1626) encuentro un dato que había olvidado desde que leí el libro, hace varios años, en un tomo del Fondo de Cultura Económica donde se publicó reunido con las utopías de Moro y Campanella. El dato es que la expedición de los navegantes que llegan a la Nueva Atlántida se inicia en un puerto del Perú --sin duda el Callao, aunque no se mencione por nombre--, luego de que los miembros de la tripulación han permanecido durante un año en el país.

Y al llegar a la Nueva Atlántida (que se llama Bensalem), descubren que los habitantes del lugar conocen, además de su idioma nativo, otras cuatro lenguas: el hebreo, el latín, el griego y el español. Los marineros, de castellano fluido tras el año pasado en el Perú, eligen ese idioma como modo de comunicación con los pobladores que los reciben: aunque el texto está, claro, en inglés, la lengua ficcional de la narración, en la que se producen todos los diálogos, es el español.

Allí no se detienen las referencias a nuestra tierra: uno de los anfitriones cuenta a los marineros la historia de la destrucción del Perú, no sólo precolombina, y preincaica, sino incluso previa a cualquier conocimiento histórico de las Américas: dice que un gran diluvio exterminó el avanzado y belicoso reino que se llamaba de los Coyas (¿una simple coincidencia?) y que ese diluvio habría ocurrido miles de años después del diluvio bíblico: de esa manera explica el atraso material de las civilizaciones indígenas en el Perú (y en México): su historia contemporánea habría comenzado con siglos de tardanza con respecto a la del resto del mundo.

Imagino que eso es más que suficiente para poner The New Atlantis en el índex del antiindigenismo (no será libro de cabecera en la "anticumbre"). Pero no es suficiente para retirar la obra de bacon de la lista de lecturas recomendadas desde este humilde blog.

12.5.08

Prácticas criollazas

Sobre un comunicado de Intermezzo Tropical

Mi
Trabalenguas 9 (ver post anterior) habría quedado muy largo si hubiera incluido en él el comunicado que hace días publicaron los miembros de la revista Intermezzo Tropical en relación con la detención de Melissa Patiño (a quien ya, felizmente pero con gran demora, se ha dejado en libertad antes del jucio).

Pero que el comunicado merecía figurar en la selección, a eso no hay vuelta que darle: en su texto, los críticos y escritores de
Intermezzo Tropical, con habilidad prestidigitadora, se las arreglan para atribuir la detención de Patiño y, simultáneamente, la pasada polémica entre andinos y criollos, a una misma causa: "las viejas prácticas criollas".

Curiosamente, el asunto parece tan transparente para ellos, que no sintieron la necesidad de explicar ese sorprendente emparejamiento (sorprendente al menos para los ignaros como yo, que no lo comprendemos). Daniel Salas, en el Gran Combo Club, ha escrito un post sumamente interesante sobre el texto de
Intermezzo Tropical, que él cita completo. Yo, a mi vez, quiero copiar aquí un par de párrafos del post de Daniel, pero les recomiendo que lo lean entero:
"El orden del mundo no es causal, sino una cuestión de gusto: a un lado va todo lo que me parece bueno; a otro, todo lo que me parece malo. Todo lo bueno posee un mismo origen y todo lo malo tiene la misma maligna raíz. Es, pues, un mundo mágico, dividido entre el bien el mal. La idea misma de ‘prática criolla’ es una grosera manera de pasar por alto la complejidad de la hegemonía en el Perú. A estas alturas, debería ser evidente, para quien se propone aguzar el entendimiento y la imaginación, que ‘lo criollo’ o bien se ha transformado tanto al punto de hacerse irreconocible o bien ha quedado en el terreno de lo residual.

"La relación entre literatura y sociedad, entre modificaciones sociales y prácticas simbólicas, así como el vínculo entre las técnicas narrativas y las estructuras de sentimiento y la aparición de nuevos imaginarios amplios o cerrados, la dialéctica entre lectura y relectura, los panoramas urbanos emergentes, todo eso, digo, se resuelve en una apoteósica división de aguas que separa al pueblo elegido de los malvados que lo persiguen. La injusticia se comprende y se resuelve mencionándola; las fracturas sociales se comprenden y se resuelven al nombrar una gaseosa vaguedad que vendrían a ser las ‘viejas prácticas criollas’ y, finalmente, se combate al maligno sistema establecido (el imperialismo y sus testaferros locales) editando una revista de literatura (y que, siguiendo el ejemplo de la criollísima revista ‘Somos’, a los editores no se les ocurre ponerla online para que la puedan leer los pobres). La cereza, por supuesto, para este platillo de incoherencias, es llamar “pseudointelectuales” a quienes piensan distinto".
Yo sólo quiero añadir una cosa, tras la lectura del post de Daniel (que vuelvo a recomendar): hay un mecanismo discursivo muy estudiado en relación con diversas teorías del latinoamericanismo (pero también en general, respecto a muchas otras teorías). Se le conoce como "demonización". Consiste en convertir una categoría teórica en una suerte de concepto sobreentendido, inmutable, que no necesita elaboración, y que es el origen de una serie de fenómenos que derivan de él, en su mayoría fenómenos de carga negativa cuya responsabilidad se atribuye a la categoría en cuestión. Lo "hegemónico" suele ser una de esas categorías; el "letrado" de Rama y sus reelaboraciones es claramente otra (lo ha estudiado Carlos Alonso); la homogeneidad de los discursos nacionalistas en Sommer es una más; la alegoría nacionalista en las ficciones del "tercer mundo" de Jameson es todavía otra. Las "prácticas criollas" de Intermezzo están en ese grupo, aunque con menos méritos porque su descripción es inubicable y gaseosa.

Que todos los males de la nación son responsabilidad de "lo hegemónico" es el corolario común de la primera; que el centralismo asfixiante de la colonia es consecuencia de la figura del letrado lo es en el segundo caso; que toda ficción latinoamericana es inevitablemente alegoría de la nación es la absurda consecuencia de la hipótesis de Jameson; que esas alegorías son además nacionalistas es la inconsecuente conclusión en el caso de Sommer. Que las "prácticas criollas" son la causa de todos los males de la república, no importa de qué índole sean esos males, y no importa que esas "prácticas" no sean objeto de análisis, es la conclusión a la que arriban quienes les atribuyen esa naturaleza demoniaca e inexplicable en la teoría y en la práctica.

Trabalenguas 9

El goce de la palabra esta semana

"Un estudiante masacrado en San Marcos me envía este video".

(El poeta Rodolfo Ybarra revela su condición de médium entre este mundo y el más allá y recibe mensajes electrónicos desde ultratumba).

"Si denuncian a cualquiera por terrorismo, ¿cómo sabremos cuando caiga un terrorista de verdad? Pedrito y el lobo".

(Marco Sifuentes confunde a Esopo con Prokofiev, y con ello traspapela dos mil setecientos años de historia: una cosa es la fábula de "El pastor mentiroso" de Esopo (la historia del tipo de grita "¡lobo!" sin motivo tantas veces que cuando el lobo viene nadie le hace caso) y otra cosa es "Pedro y el lobo" de Prokofiev, fábula de texto y música que cuenta una historia completamente distinta).

"Si me siguen acusando habrá guerra".

(Hugo Chávez, demostrando una vez más sus cualidades democráticas y su respeto por la verdad).

"La computadora del difunto Reyes dice todo lo que Washington quiere oír".

(César Hildebrandt, vocero oficioso de Chávez en el Perú, incapaz de negar la evidencia, opta por la teoría de la conspiración y el retroceso a la mentalidad mágica. Lo cierto es que Chávez tendrá que responder por sus turbias maniobras como cualquier otro delincuente).

"Los americanos que trabajan duro, los americanos blancos, siguen votando por mí".

(Hillary Clinton en un feo resbalón racista durante los últimos días de una campaña fallida).

11.5.08

¿Novela artística?

Calderón Fajardo, Oquendo, César Gutiérrez

En un artículo publicado en el cada vez más popular blog Porta 9, de Francisco Ángeles, el novelista Carlos Calderón Fajardo ensaya una clasificación de la novela contemporánea en, por un lado, textos artísticos, y, por otro, textos sociales. La nomenclatura, que recuerda la equívoca y ya desusada división de la poesía peruana en pura y social, no parece menos arbitraria que aquella: no es posible pensar en ambos grupos sin que sean más numerosas las excepciones que los textos que calcen perfectamente. Se trata de una clasificación impracticable porque el primer término (novela artística) está definido en el campo de la estética, mientras el segundo (novela social) está concebido en función de contenidos temáticos y aspiraciones de intervención en el debate político.

Aunque la nómina de los contraejemplos es inacabable, bastará con decir que a La casa verde, acaso la más compleja construcción alegórica de la nacionalidad que se ha escrito en el Perú, no se le puede negar, a causa de su evidente resonancia social, el estatus de texto artístico, como sería injusto rehusárselo a libros como Conversación en la Catedral, La violencia del tiempo, País de Jauja, Redoble por Rancas, Ximena de dos caminos, Rosa cuchillo, La hora azul, etc., que también se distinguen por ser lecturas, totalizantes unas, fragmentarias otras, de una cierta realidad social peruana.

Es más: si la clasificación es bipolar, y en esa bipolaridad se quiere recoger la totalidad de la novela peruana, bastará con apuntar que no toda novela que no es social es artística y que no toda novela que no es artística es social, para concluir que la nomenclatura bipartita de Calderón Fajardo es no sólo insuficiente sino a las claras inconducente.
No se lo digas a nadie no se vuelve artística por no ser social, como no se vuelve social por no ser artística. Pero el error más notorio de la bipartición está no en la cantidad de ornitorrincos que genera (entre ellos, no pocas novelas de Calderón Fajardo, que uno quisiera clasificar a la vez en ambos campos), sino en la base sobre la cual se levanta, es decir, en la idea de que si un narrador quiere concebir su obra como una observación o una crítica o una intervención o incluso una plataforma desde la cual proponer ideas de carácter social, su obra inmediatamente abandona los linderos del arte y se vuelve otra cosa.

También es inconducente la idea central del artículo de Calderón Fajardo: la noción de que la novela peruana que él llama artística ha encontrado en la simbología, la metáfora o la alegoría de la casa como espacio una cifra peculiar, que la distingue, una suerte de escenario natural, desde Martín Adán hasta Luis Hernán Castañeda, pasando por Vargas Llosa y Prochazka. No sólo porque la casa como espacio es el más común de los lugares de la novela, desde la tradición burguesa de Austen hasta el romance decimonónico (que la hace lugar de disputa interfamiliar), la novela gótica (que la trasmuta en castillo), el cuento de hadas (que la convierte en casa encantada), el cuento de terror (que la transforma en espacio sobrenatural), la novela del segundo realismo mágico latinoamericano, sobre todo el escrito por mujeres (que la reconvierte en espacio doméstico y la reclama como fundacional), etc. Y no sólo porque ya Gastón Bachelard reclamó la casa como el espacio mínimo vital de la novela. Sino que es además un tópico inconducente para ejemplificar la división entre novela artística y novela social porque la casa es también el espacio privilegiado de la narrativa peruana que lidia con temas sociales de toda índole, desde Diez Canseco hasta Vargas Llosa, desde López Albújar hasta Rivera Martínez, desde Arguedas hasta Alfredo Bryce.

En un artículo de hoy, Abelardo Oquendo propone (pero matiza, problematiza y finalmente descarta parcialmente) la bipartición entre novela artística y novela comercial. Como el mismo Oquendo no tiene mayor problema en señalar la arbitrariedad de la división, y las vastas posibilidades de encontrar ejemplos que la contradigan, no tiene sentido detenerse a criticar, en su caso, que eche mano de esas etiquetas. Pero en su columna hay otro aspecto que es digno de discutir: Oquendo apunta que es el afán de búsqueda y experimento el que distingue a las novelas que se orientan hacia la bravura y el descubrimiento del arte, de aquellas otras que se conforman con la estandarización y reniegan del ensayo de variantes y la apertura de nuevos territorios. Hacia el final da ejemplos de tal novela artística, y entre ellos, además de las últimas y excelentes obras de Mirko Lauer, señala a
Bombardero, de César Gutiérrez, a la que llama "la gran novela peruana de vanguardia".

No he leído de
Bombardero sino los largos fragmentos que publiqué como adelanto en Puente Aéreo meses atrás, de modo que no puedo opinar sobre su valor estético como totalidad, pero creo, a partir de mi lectura parcial, que es por lo menos innegable un hecho: Bombardero no es una novela de vanguardia.

Es claro que el término "vanguardia" se usa de varias maneras distintas. Dos de ellas, las más comunes, son éstas: un texto es vanguardista si se corresponde con los postulados de la vanguardia, en tanto fenómeno estético-histórico (dueño de unos ciertos rasgos que quizá nadie ha descrito mejor que Peter Bürger en su libro ya clásico). O un texto es vanguardista si es altamente experimental, innovador, si abre un camino no transitado hasta el momento de su composición. En el primer caso, es evidente que la novela de César no responde a los principios de la vanguardia, y por lo tanto no le corresonde esa etiqueta. En el segundo caso, el término
vanguardista está usado de manera equívoca, en un sentido elástico que no es el que la crítica literaria le otorga; y, además, bastaría con señalar la impronta evidente de Pynchon para concluir que el terreno estético de Bombardero es un espacio ya conocido y hasta cierto punto estandarizado por la novela contemporánea.

Más interesante es discutir el primer sentido. La vanguardia tiene una tendencia al fragmento y la atomización textual --que sí es verificable en
Bombardero-- pero su fragmentación tiene que ver, como observaron Benjamin, Jameson, Buck-Morrs y Burger, con un cierto afán alegórico, que no creo que esté presente en el texto de César. Bombardero es más bien un texto postmoderno, y la postmodernidad es un momento estético poco reconciliable con el de la vanguardia histórica: la vanguardia era irónica ante el mundo, el texto postmoderno es irónico ante sí mismo; el pastiche y la parodia eran recursos de la vanguardia, pero recursos orientados a la desacralización de sus referentes, mientras que el pastiche y la parodia postmodernos son mucho más que herramientas en esa desacralización: son el cuerpo todo del texto; son el texto mismo, hasta el punto que a veces es difícil reconstruir la conexión representacional de un texto postmoderno, porque la suya es una textualidad exacerbada.

Bombardero es un texto hecho de citas, un pastiche de elementos ajenos, una red de referencias y de autorreferencias, y a la vez una parodia de sí mismo: es más fácil conectar la novela con "El aleph", hasta cierto punto, que conectarla con Martín Adán o con Oquendo de Amat, o con cualquier ejemplo de estética vanguardista que uno quiera convocar. No se trata de que sea algo así como una imposible vanguardia postmoderna; simplemente es otra cosa y hay que leerlo como algo distinto si es que queremos encontrar su espacio propio en la narrativa peruana contemporánea.

10.5.08

Estilo blog, 1

Un poco de crítica dentro del oficio

Una cosa que nunca se me ha ocurrido hacer, y no sé bien por qué, es sumar dos más dos y darme cuenta de que, como crítico literario y blogger, no estaría de más que alguna vez criticara los blogs por su estilo. Finalmente, las bitácoras son un nuevo medio y los posts un nuevo tipo de texto, y no tienen por qué quedar fuera del alcance de la crítica. Así que aquí va una primera mirada general sobre el estilo de los blogs tirios y de los blogs troyanos. Luego vendrán más.

El Gran Combo Club, de Silvio Rendón.- Silvio es la voz más frecuente del Gran Combo Club, así que me referiré a sus posts, que son el mejor ejemplo de que un texto de blog no tiene que ser necesariamente breve para ser leído con animación. Sus muletillas frecuentes han acabado por perfilar un estilo personal, hecho de premura informativa y apremio por intervenir públicamente en asuntos de interés general. Sus posts sobre economía son los más ilustradores de la blogósfera en ese campo, aunque podría de vez en cuando armar un pequeño glosario para los tecnicismos. No quiere ser un estilista (y no lo es), pero ha encontrado un tono propio.

Desde el Tercer Piso, de José Alberto Godoy.- La contraparte de lo anterior: sus posts interminables (porque no se acaban nunca y uno nunca los acaba) son el mejor argumento para quienes proponen la síntesis como rasgo distintivo de la blogósfera. Godoy es capaz de convertir cualquier asunto minúsculo en una catilinaria sin gracia y sin luz al final del túnel. El tono de cura en domingo no ayuda mucho y la supuesta intención moralizadora no se condice con el silencio total que guarda cuando es su ética la que se pone en tela de juicio. En sus raptos de humor está siempre fuera de lugar, y como periodista amateur es el único capaz de convertir una noticia interesante en un bostezo mortal.

Moleskine, de Iván Thays.- Lo primero que llama la atención es que Thays es suficientemente versátil para haber encontrado un estilo blogueril que nada o muy poco tiene que ver con sus tácticas narrativas en la novela y el cuento. La agilidad y rapidez de sus posts es sin duda adecuada al caracter de comentario a vuelapluma que tienen la mayor parte de sus textos, que son observaciones breves, notas al calce para las noticias literarias de cada día, y eventualmente comentarios personales sobre la farándula de las letras hispanoamericanas. La contraparte de la agilidad es, claro, el eventual descuido, pero sus lectores, creo, agradecen más la información y las mordientes apostillas que cualquier otra cosa.

Zona de Noticias, de Paolo de Lima.- Zona de Noticias es como la estafeta de un ministerio: un collage de pegostes que quieren parecer informativos pero que finalmente sólo son una danza de pandereteos a la mayor gloria de sus amigos. Estilísticamente, es burocrático y desértico, con un lenguaje de funcionario que "da cuenta" de las cosas y "acusa recibo" de las informaciones. Asume la litereratura como el ala ancilar de su agenda progre, y sus palabras sólo logran cierta riqueza semántica cuando trata de atacar a alguien dando la impresión de que no lo está haciendo. Palabra clave: intriga.

El Útero de Marita, de Marco Sifuentes.- Cada vez que veo a un periodista de televisión, me pregunto si será capaz de escribir. Sifuentes no es el caso: su estilo es esquelético y quinceañero, pobre de toda pobreza, un espánglish esnob sin motivo alguno, un lenguaje engreído y profundamente infantil. Se puede ser superficial sin ser vacuo y se puede ser vacuo sin ser torpe: en Sifuentes se reúnen superficialidad, vacuidad y torpeza lingüística con una sintaxis coja y un léxico limitado. La falta de ideas, sin embargo, es el complemento perfecto para su falta de estilo.

Luz de Limbo, de Víctor Coral.- El estilo de Coral es huachafo a conciencia y posero por desgracia congénita: sus posts son una mezcla de inquina, maledicencia y falsa erudición de diccionario enciclopédico. Sus usos verbales son los de la izquierda mastodóntica (Coral exige "deslindes", reclama "tomas de posición", pide que los demás asuman posturas seudorrebeldes y cada vez que tiene la buena idea de mencionar algo que los otros pasan por alto, acusa a la blogósfera en pleno de complotar en una sordomudez que llama "ominosa"). Sus momentos más bajos son las zalamerías para con aquellos que lo han despreciado públicamente (el caso de Marco Sifuentes); sus puntos más altos: el humor involuntario.

Kolumna Okupa, de Rocío Silva Santisteban.- La mayor parte de los posts de Rocío son republicaciones de su
kolumna en la prensa --a propósito: ¿por qué ese título tan subte y tan madrileño al mismo tiempo?--, y por lo tanto tienen el cuidado y el esmero esperable de una periodista con experiencia. Son artículos limpios, y un ejemplo interesante de que los textos de blog no necesariamente deben diferenciarse en lo estilístico de los textos de los diarios. Quizá una mayor inclinación hacia los enlaces y la lógica intertextual de internet serían un punto más a su favor.

Quioscos

Puente Aéreo llegó al millón de visitantes

Cuando andaba yo en el colegio, y en mis años del bachillerato, los quioscos de Lima eran muy distintos de lo que son ahora. Los inocentes diarios Extra, Ojo y Última Hora, con su amarillismo gracioso y su tendencia al escándalo en la sección policial, eran precursores tan lejanos de la prensa chicha de hoy, que fácilmente podría cuestionarse que unos y otros pertenezcan en verdad a la misma genealogía.

Existían menos diarios, pero más diarios buenos. Además de
El Comercio y La República había un Expreso decente y La Prensa y más tarde El Observador y el primer Diario de Marka con su suplemento El Caballo Rojo, y Página Libre, que una vez al mes publicaba novelas enteras en forma de suplemento, y después El Mundo.

Y lo de
Página Libre no era una rareza: en los quioscos había una incesante proliferación de libros de primer nivel en ediciones baratísimas, libros que solían venir acompañados de fascículos bien diseñados y de contenido nada desdeñable: había colecciones de novela latinoamericana, de clásicos hispanos, de literatura universal, de novelas de aventuras, de terror, de ciencia ficción; Dostoievski, Onetti, Wells, Flaubert, Juan Ruiz, Cervantes, Vargas Llosa, Tolstoi, Arreola, Dickens, Orwell, Svevo, Brecht, Böll, Proust andaban colgados en las paredes de esos quioscos, y la gente los compraba y construía bibliotecas baratas y a la vez invalorables.

Es más: en cualquier quiosco de Lima se vendían los volúmenes de una notable colección popular de filosofía. Mis primeras lecturas de muchos libros de Hobbes, Schelling, Schopenhauer, Bacon, Moro, Comte, Aristóteles, Platón, Marx, Nietzsche, San Agustín o Santo Tomás se las debo a esas ediciones baratas que pendían de ganchitos para colgar ropa en las puertas y las vitrinas de los quioscos de por mi casa. Esos ganchitos de los que cuelga ahora una docena de diarios chicha entremezclados con otros que, comidos por la competencia, intentan mantener cierta seriedad pero cada vez se abandonan más a la convocatoria de la farándula y la tontería de los titulares escandalosos.

Los blogs de hoy son quioscos virtuales que los lectores van mirando superficialmente hasta que encuentran algo que llame su atención. Quizá, a tono con los tiempos, sea por eso que en el Perú hay tan pocos blogs que no resbalen ante la tentación amarillista, que no se replenten de videos de Magaly TV, de los romances de la guapísima Tula Rodríguez o las alharacas antipáticas de una grosera cabezahueca como Angie Jibaja. Yo prefiero que Puente Aéreo sea un quiosco más parecido a los de hace unos años: que atraiga a menos gente, si ese es el precio, pero la atraiga por su contenido y no por su falta de contenido. Hoy Puente Aéreo llegó a su visitante número un millón; espero que vengan más, pero sobre todo, espero que encuentren algo en qué pensar, y no el eco de la prensa chicha, la tele chatarra y la blogósfera basura.

8.5.08

Egos

¿Quién es el poeta peruano más pedante?

Recuerdo, entre las páginas iniciales de las memorias de Giambattista Vico, un párrafo en que describe un mal golpe que recibió de niño en la cabeza y que, sugiere el filósofo, fue la causa original de su genio exorbitante.

La afirmación, que sorprende a quienes ven el pudor de la modestia como una virtud capital, sería acaso menos inesperada que en la autobiografía de filósofo, en las memorias de un poeta: muchos en el oficio (que no consideran oficio sino estatuto semidivino) viven convencidos de su natural superioridad en comparación con el ser humano común y corriente.

¿Cuántas cosas hay en el mundo más grande que el ego de ciertos poetas? Hay más de una, claro, pero contadas con los dedos. En su blog epónimo, Robert Jara se hace una pregunta relacionada con el asunto, aunque limitada al caso nacional: ¿quién es el poeta peruano más pedante? Los invito a dejar sus respuestas en el blog de Jara, a ver si por fin definimos esa pregunta que a tantos inquieta.

Acaso descubramos la verdad entre todos: como decía también Giambattista Vico, "hasta la verdad misma es una construcción".

7.5.08

Caníbales contemporáneos

El corpus de los comecuerpos

El tema del canibalismo en las cartas de viaje y las crónicas coloniales ha sido estudiado en profundidad desde hace mucho y sigue siéndolo: el colombiano Carlos Jáuregui, sin ir muy lejos, ganó en el 2005 el premio de ensayo Casa de las Américas con su estudio
Canibalia, que dedica la mayor parte de sus ochocientas páginas a la representación de caníbal en textos de aquel periodo.

Menos investigada (o no investigada casi en absoluto) es la recurrencia del tema en la narrativa latinoamericana del siglo veinte hasta hoy. Hay, sin embargo, importantes novelas que centan parte de su trama en la antropofagia:
El entenado, de Juan José Saer, por ejemplo, o Lituma en los Andes, de Vargas Llosa.

La lista no es menos importante en el cuento: "El antropófago" de Pablo Palacio, "El campeón de la muerte" de López Albújar, "Historias de caníbales" de Ventura García Calderón, "Los hombres fieras" de Roberto Arlt, "El informe de Brodie" de Borges, "Las ménades" de Cortázar, "Calibanismo" y "Los dientes de Caperucita" de Andrés Caicedo, una docena de relatos de Rodolfo Wilcock, "El enviado" de Luisa Valenzuela, "Por boca de los dioses" de Carlos Fuentes, "Al pie de la letra" de Julio Ramón Ribeyro.

Me interesa descubrir si existe alguna forma de vincular algunos o todos estos cuentos: si hay un real hilo conductor que los haga parte de un corpus, si detrás de la coincidencia temática existe también una suerte de conexión a nivel ideológico, o la aspiración de representar un problema común. Para hacer eso con propiedad, sin embargo, necesito perseguir aun más la pista de estas narraciones, y para eso quiero la ayuda de los lectores de Puente Aéreo (que ya en el pasado colaboraron con la construcción del corpus de cuentos sobre la guerra interna que formó parte del libro
Toda la sangre: antología de cuentos peruanos sobre la violencia política).

Así que, si se les ocurren novelas o cuentos que agregar a esta lista de narraciones caníbales, les agradeceré mucho los consejos. Si no recuerdan textos en particular pero sí tienen la intuición de que ciertos autores latinoamericanos pueden haber tocado el tema, también les agradeceré que los mencionen.

Curiosamente, pese a la cantidad de bibliografía que existe sobre el canibalismo en la literatura colonial, y a pesar de que muchas teorías de lo latinoamericano (desde arielistas y calibanistas hasta Andrade y la revista brasileña "Antropofagia", por mencionar sólo los hitos más visibles) se construyen dentro del campo semántico metafórico del "canibalismo cultural", poca atención le ha prestado la crítica a la posibilidad de que la narrativa caníbal de cuentos y novelas como las que acabo de mencionar pueda tener una importancia en la teorización de lo latinoamericano contemporáneo. Por eso mi pregunta: podría ser el germen de una interesante discusión.

5.5.08

Negativo / Positivo

Problemas que hay que saludar

En el mundo literario, hay cosas que, cuando suceden, producen una queja general y que sin embargo a mí me entusiasman. Y no me refiero a los malos libros (que no fallan en ser la delicia de muchos) sino a otro tipo de cosas.

Por ejemplo, las polémicas. Apenas se inicia una polémica literaria, salvo por los contendientes, a todos los demás parece envolverlos un ánimo pacifista mal comprendido. ¿A qué tanta pelea?, dicen. ¿Por qué no se callan todos y se dedican simplemente a escribir?, preguntan. Y mientras tanto, como ave de mal agüero, yo aplaudo y pido más: ¿acaso es la polémica otra cosa que el diálogo literario llevado más allá de los libros, un tanto encarnizado (porque finalmente ha encarnado) pero potencialmente productivo?

Otra cosa es que la polémica se descomponga en bronca, en pelea de perros, pero lo que hay que pedir no es que termine, sino que vaya en la dirección correcta. Salvo por algunos egos magullados, por ejemplo, ¿la pasada polémica de los narradores peruanos, provocó algo más que la saludable apertura de esa olla de presión que es el enfrentamiento contencioso entre los diversos círculos literarios peruanos? Quienes tienen siempre en la punta de la lengua la palabra represión, deberían notar que acallar polémicas es reprimir ideas que seguirán allí, latentes, hasta el próximo estallido.

Otra de esas cosas son las crisis. Como la largamente anunciada crisis de la novela actual, por ejemplo. La misma de la que Tom Wolfe acaba de hablar en Buenos Aires como si se tratara de una enfermedad endémica y terminal, causada por el agente patógeno que Wolfe identifica como la novela vanguardista (bien dice Iván Thays que Wolfe se refiere con ello a todas las novelas excepto a las que él escribe). La crisis general de la novela contemporánea no puede ser otra cosa que el reflejo de una búsqueda estética y el intento de capturar el aire de los tiempos (que los lectores de Williams preferirán llamar, más complejamente, la estructura de sentimiento de nuestras sociedades).

Claro, dirán, ¿pero qué pasa si no es una crisis de desarrollo --para asumir la metáfora psicologista-- sino una crisis mortal? ¿Qué pasa si estamos viviendo los últimos días de la novela tal como la conocemos? En ese caso, estamos frente a otra de esas cosas que yo no sólo disfrutaría, sino que observaría con inmoderado deleite. Después de todo, ¿cuántas veces tiene uno la oportunidad de ver morir un género? ¿Y cuántos géneros literarios mató Cervantes cuando tuvo él su propia crisis de la novela, la crisis que engendró al Quijote y los siguientes cuatrocientos años de historia narrativa en casi todo el planeta, pero que remató a la epopeya, a la novela de caballerías, al romance cortesano, etc.?

Y si suponemos --foucaultianos, derrideanos, barthianos, afrancesados todos en conjunto-- que la figura del autor murió hace medio siglo, ¿cuánto tiempo hemos pasado llorando su desaparición y cómo ha influido el deceso en la suerte de la literatura? Morirá la novela un día, y le pondremos flores al autor todos los años, pero los libros estarán allí, y seguirán multiplicándose... Salvo que muera el libro.

Pero la muerte del libro es otra cosa que sería interesante presenciar. Tanto como lo fueron su nacimiento o la invención de la imprenta. A veces la gente habla de la muerte del libro como si se tratara de meter en un cajón a la literatura y enterrarla junto con la memoria de Shakespeare, el recuerdo de Quevedo y el humor de Rabelais, y más aun, como si la muerte del libro fuese a aniquilar la ficción, la imaginación y la voluntad humana de destruir y reconstruir el mundo circular y vastamente, como lo ha hecho desde siempre. Dudo que tal cosa suceda alguna vez.


Y, en todo caso, todas las pistas que encuentra uno disponibles, desde la internet y su pasajera blogósfera que será continuada por algo más sofisticado después, el auge de los videojuegos, la invención virtual de mundos alternativos, la metaficcionalización que abunda en el cine contemporáneo, la intermibale puesta en abismo de historias sobre historias que son el alma del cine de hoy, desde
The Matrix hasta El laberinto del fauno, y el omnipresente crecimiento de la novela gráfica, todas esas pistas, digo, no parecen sino anunciar que el afán humano de volver el mundo ficción no está decayendo, sino multiplicándose.

En resumen: las polémicas, las crisis y las muertes genéricas no son problemas que haya que solucionar a tiempo: son rastros que hay que seguir, en los que hay que hurgar, porque son señales de nuestra vida futura.

3.5.08

Trabalenguas 8

Caídas, resbalones y tonterías de la semana

"Y, por favor, indique a quien corresponda, para que las autoridades y funcionarios que tengan que ver con el tema de [la] libertad [de Melissa Patiño], pronto evalúen con ponderación, lucidez, justicia y celeridad, la situación de la poeta citada. Y, que sin pérdida de tiempo, se ordene su excarcelación".

(Carta dirigida al presidente Alan García y firmada por mil doscientos intelectuales a quienes se les escapó el detalle de que en la estructura del Estado Peruano es absolutamente crucial la idea de la separación de poderes, y que Alan García nunca jamás debería tener ningún tipo de influencia sobre la administración de justicia, salvo para el caso de indulto, que sólo se puede dar luego de que alguien ha sido hallado culpable y sentenciado).

"Ya, hijito, no lo dijiste, fue teté".

(El periodista Marco Sifuentes, en respuesta a un pedido de retirar palabras injuriosas y difamatorias dichas por él acerca de un tercero. La respuesta deja claro que Sifuentes no solo tiene problemas con el humor, sino sobre todo con la ética).

"Antes de recibir sepultura, sus familiares leyeron varios fragmentos de los poemas que escribió Heraud, entre ellos
El viaje".

(El diario El Comercio, exagerando la nota, afirma que los familiares de Heraud no solo reenterraron los restos del poeta, sino que se enterraron todos junto con él).

Gajes del oficio

¿Quién dijo que los bloggers no corremos peligro?

Hace un montón de años, en alguna conversación, le comenté a Edmundo Paz Soldán que estaba leyendo Leviathan, de Paul Auster. Edmundo me respondió instantáneamente: "¿ya llegaste a la parte en que se descubre que el amigo es el Unabomber...?". No, yo no había llegado a esa parte, que es el dato clave de toda la novela. Aprendí una lección: no mencionar lo que uno está leyendo hasta que termina de leerlo.

Desaprendí la lección con el tiempo, y esta semana escribí un post en el que aludía a
Macunaíma, la maravillosa novela del brasieño Mário de Andrade, cuando aún me faltaba leer los capítulos finales. Carlos Vargas, uno de los siempre eruditos y amables lectores de este blog, envió un comentario discutiendo parte del post, y revelando, de paso, el final del "héroe" Macunaíma. He vuelto a aprender la misma lección.

A propósito de
Macunaíma, y sólo para subrayar una ironía que notarán quienes hayan leído el post aquel o lo lean ahora (está dos posts más abajo, se titula Más allá de andinos y criollos), hay que mencionar un dato que no dije antes: el gran villano de la novela, Venceslau Pietro Pietra, es peruano, o al menos perulero, "súbdito del virrey del Perú", y además de caníbal, tiene el curioso rasgo de caminar con los pies hacia atrás: una deformidad ha puesto sus talones por delante y los pies apuntando hacia su espalda.

(Un comentario adicional a la observación de Carlos: es cierto que Macunaíma muere al final, pero hay que observar también que muere muchas veces durante la novela, y que siempre termina resucitando, de modo que la muerte no es necesariamente una desgracia sin retorno).

Imagen: Andrade en caricatura de Cavalcanti.

1.5.08

Lo hegemónico

Un viaje por el mundo de las palabras huecas

Curioso destino el de la crítica literaria: lidia con palabras y es su deber racionalizar lo que no siempre está escrito para ser racionalizado. Y en ese trámite, por ser un haz de teorías disímiles, tropieza con el obstáculo de las taxonomías divergentes: buena parte de la teoría literaria y del ejercicio crítico tiene que ver con la elucidación de sus propias palabras, con el esclarecimiento de sus categorías, que, además, con frecuencia son tomadas de la estética general, de las ciencias sociales, de la filosofía del conocimiento, de la psicología, cuando no incluso --y esto en gran parte merced al trabajo del postestructuralismo francés y del anglosajón-- de la economía, la biología o las matemáticas.

A esa complejidad del lenguaje crítico se debe la posibilidad de un gran error muchas veces repetido: el del crítico que no recurre al vocabulario de su especialidad para aclarar, categorizar, transparentar sentidos y permitir la emergencia de significados y discursos no evidentes, sino que, más bien, usa ese vocabulario como un escudo o como un arsenal de parches retóricos, para cubrir los agujeros de su propio discurso, o para evitarse la molestia de reflexionar sustantivamente sobre las ideas que es su deber explicar, retrucar o traer a la luz.

En esa vena, son innumerables los críticos que reducen casi cualquier problema cultural al choque beligerante de lo "hegemónico" frente a lo "alternativo", o "marginal", o "periférico", o "emergente", o "contestatario", asumiendo en esa curiosa simplificación dos cosas que aparentemente no merecen discusión: primero, que lo hegemónico es un ente discreto, homogéneo, siempre igual a sí mismo, invariable, y notoriamente maligno; segundo, que lo alternativo es igual a lo marginal, lo marginal a lo periférico, lo periférico a lo emergente, lo emergente a lo contestario y así hasta el infinito.

El error no está solo en dejar estos últimos términos en la virtual indefinición, como si fueran todos sinónimos o variantes de matiz de una misma noción general --claramente no lo son--. El error está también, y de manera más flagrante en asumir que todos ellos son una entidad definida por su relación con otra entidad a la que se llama lo hegemónico, y que, extrañamente, parece no necesitar definición, ni mayor caracterización, como si fuera una verdad sobreentendida, como si se pudiera definir la oposición sin definir los términos de la oposición, y como si la comprensión de lo hegemónico no ameritara la previa comprensión de qué cosa es la hegemonía.

La hegemonía no es dominación, no es una fuerza unitaria o monocorde. La hegemonía es un campo de múltiples oposiciones, en el que se entrecruzan, por ejemplo, los discursos del Estado con los demás discursos de la sociedad, con la emergencia de discursos nuevos, surgidos de los anteriores, pero siempre necesariamente interactuantes: la hegemonía es un terreno cruzado de pulsiones, un campo de batalla, no una verdad oficial ni el recitatorio de unos cuantos principios, unos cuantos anatemas, unos cuantos postulados acerca del lugar que a cada quien corresponde en la sociedad.

Discursos estatales y oficiales, construcciones ideológicas que los soportan y fortalecen y postulados divergentes se encuentran en ese espacio, pero ese espacio es siempre móvil y por definición heterogéneo: no hay una voz vencedora que pueda ser declarada "hegemónica" en el terreno de los discursos, aún a pesar de que haya clases sociales que se impongan o verdades oficiales que fuercen su actuación sobre las demás: de hecho, una clase social o un cierto estamento social pueden prevalecer sobre los demás aún a pesar de que sus discursos ocupen un espacio secundario y poco protagónico en la lucha de las ideas. Es más: el Perú contemporáneo es un ejemplo bastante bueno de esto último.

Si uno identificara los discursos socioculturales o políticos de las clases dominantes peruanas como discursos hegemónicos, estaría ante el problema de señalar, primero, cuáles son exactamente esos discursos, y luego, cuál es la profundidad de la coincidencia entre esos discursos y otros que un equívoco sentido común suele identificar también como hegemónicos: por ejemplo, los discursos del Estado. ¿Han cambiado las ideas cruciales de las clases dominantes según han cambiado las ideas cruciales de los sucesivos gobiernos peruanos? ¿O es que ambos se han mantenido inmutables? ¿Qué fue lo "hegemónico" durante el velascato? ¿Los discursos de las clases que siguieron ocupando la cima de la pirámide económica o los discursos socialistas sirgidos desde el aparato estatal?

¿Qué es lo hegemónico hoy en el Perú? ¿El discurso del nuevo aprismo seudoliberal pero simultáneamente represivo o las construcciones de oposición a él, alentadas desde muchas perspectivas distintas y no siempre convergentes? ¿No son acaso los múltiples hábitos y conductas que algunos quieren reunir bajo el nombre de "cultura chicha" una formación cultural mucho más influyente en el país que cualquier discurso que provenga de las clases dominantes? ¿No son los diarios chicha, la televisión amarilla, la aceptación cuasiuniversal de la piratería, el desprestigio de las ciencias y de la academia, el descreimiento en las instituciones del Estado y las instituciones tradicionales de la sociedad criolla, fuerzas infinitamente más influyentes que cualquier cosa que se asemeje a la idea de lo hegemónico como el poder concentrado de una élite eminentemente occidental, conservadora, blanca, tradicional?

¿Qué es más influyente en el Perú hoy? ¿El Comercio o la prensa amarilla? ¿La ópera de Juan Diego Flórez o el perreo chacalonero? ¿La Universidad Católica o la Virgen de Chapi? ¿Salomón Lerner o Magaly Medina? ¿Mario Vargas Llosa o Alberto Fujimori? ¿La Orquesta Sinfónica o Alianza Lima? ¿Saga Falabella o Polvos Azules? A mí, la mayor parte de las respuestas a esas preguntas me parecen evidentes: las instituciones y las personas que representan los principios y valores de las clases dominantes no necesariamente representan discursos ideológicamente preponderantes en una sociedad: la aparente evidencia de "lo hegemónico" se desvanece y se muestra como una fantasmagoría, un señuelo, un espantapájaros que evita llevar la discusión sobre la importancia de nuestros discursos socioculturales, políticos, económicos, a un nivel donde el debate sea viable y productivo.

Lo hegemónico no está en ninguno de los dos lados de las oposiciones encerradas en las preguntas que formulé antes, aunque lo dominante pueda estar en alguno de esos polos, y no necesariamente en el polo del poder económico real o en el de las clases favorecidas. La hegemonía no es un premio que alguna de esas partes pueda reclamar: es sólo el terreno donde ellas se enfrentan y colisionan.