31.8.07

El dedo del diablo

Si Fujimori escapa, ya sabemos quién le dejó la puerta abierta

Es necesario prestarle atención al asunto de que habla Silvio Rendón en el post más reciente del Gran Combo Club: el gobierno aprista está haciendo todo lo posible porque Alberto Fujimori no sea extraditado al Perú, entrampando para ello una parte crucial del proceso y enmascarando el entrampamiento como si se tratara de puro celo justiciero.

Por supuesto, no será difícil para los sabuesos de la política menuda buscar los motivos por los cuales
Alan García quiere salvar de la cárcel a su antecesor.

Pero, en un nivel más general, no está de más recordar que la transformación total de nuestro escenario político en un pantano de inmoralidades ubicuas y constantes tiene que ver con la casi absoluta desideologización de nuestra clase política: perdida la distancia ideológica, los ladrones y los delincuentes de un lado no tienen ya necesidad ni razón alguna para diferenciarse de los del otro: ahora los que no son aliados activos son aliados potenciales: mafiosos de familias cada vez más emparentadas.

Reacciones

La crítica y el espíritu de cuerpo

En los años que llevo escribiendo sobre literatura, una cosa no me ha sucedido jamás: de todas las veces en que he dicho que un libro me parece malo o que el trabajo de un autor me parece poco interesante, jamás me ha ocurrido que otros escritores se hayan dado por aludidos, y muchos menos que alguien pensara que yo tenía algo contra el ejercicio literario en general.

Esta semana escribí que en el mundo de los blogs existe un exceso de bitácoras vacuas, superficiales y poco significativas y una sobrepoblación de mediocridades; que un sector de la blogósfera se rige por la ley de la acumulación sin reflexión antes que por el ejercicio de la inteligencia. Las respuestas que he obtenido han resultado sorprendentes.


Entre otras cosas, se me ha dicho que tengo algo en contra de los blogs. Y, claro, también se me ha increpado que cómo tengo el descaro de criticar a la blogósfera siendo parte de ella.

Curioso. En estos años deben ser cien las oportunidades en que me he referido por escrito a la sobreabundancia universal de mala literatura, y jamás nadie ha sido tan absurdo como para llegar a la conclusión de que tengo algo en contra de la literatura. En concreto: muchas veces he dicho, como podría decirlo cualquiera, que hay millones de novelas estúpidas y despatarradas en el mundo, pero nadie ha sido jamás tan miope como para acusarme por ello de despreciar a la novela.

Eso sí pasa cuando hablo de blogs. ¿Por qué?
Se me ocurre una explicación: la literatura, no toda ella, pero sí mucha, buena o mala, sigue surgiendo, para decirlo de modo muy general, dentro de una esfera crítica, donde la capacidad de autorreflexión persiste como virtud clave: nadie realmente sumergido en la literatura podrá renegar de la actitud crítica (aun si reniega de los críticos), porque la literatura es esencialmente el ejercicio de la inteligencia y la sagacidad lingüística como forma de comprensión del mundo. Por eso, es indesligable del diálogo, la conversación, la interpretación y la contradicción.

¿Tengo que explicar lo que sigue? Basta con una parte, como pista: el sector de la blogósfera que reacciona a las críticas como si fueran ofensas contra una suerte de comunidad homogénea y mononuclear, y que prefiere abolirlas antes que discutirlas, da la mejor demostración de cómo el diálogo, la conversación y la contradicción no son necesariamente rasgos de ese mundo. O, para que quede muy claro: de una parte importante de ese mundo.

30.8.07

Feliz 31

Mañana viernes nos vemos en Mochileros Bar: yo llego en mi Tico

Este 31 es el Blog Day: la elección del día, como tantas cosas en la blogósfera, es, si no enteramente arbitraria, al menos sí fruto del azar.

El 31, sin embargo, hay más cosas que rememorar: para los periodistas y quienes trabajamos o hemos trabajado en medios de comunicación, y también para quienes nos dedicamos a la literatura, el 31 marca muchos aniversarios significativos.

Se cumplen, por ejemplo, ciento diez años desde que
Thomas Edison patentara el kinetoscopio, el primer proyector de películas exitoso y funcional: la pieza clave en la aparición y el desarrollo del cine y, con ello, de buena parte de la tecnología audiovosual que ahora parece definir nuestro universo.

Se cumplen ochenta y siete años desde la primera emisión de un programa radial de noticias: el hecho tuvo lugar en Detroit, Michigan, y fue el inicio de una tradición que ahora nos parece haber existido desde siempre.

También se cumple hoy, irónicamente, otro aniversario ligado con la radio: sesenta y ocho años desde que
los nazis montaran el falso ataque contra la estación radial de Sender Gleiwitz, en la Alta Silesia. El ataque fue la excusa que Hitler utilizó para invadir Polonia e iniciar la Segunda Guerra Mundial.

(Tres años después, también un 31 de agosto, pero en 1942, los nazis llevaron a cabo la primera deportación de judíos de Termopil al campo de concentración de Belzec; en unos cuantos días Termopil vio reducida su plobación judía de dieciocho mil a cero).

El 31 de agosto se cumplen también ciento cuarenta años desde la muerte del más angelical de los hijos del infierno, el poeta
Charles Baudelaire, una muerte producida al cabo de tres años de desesperación que se habían iniciado con un hecho trivial en apariencia: la quiebra de la única casa editorial francesa que seguía interesada en publicarlo.

Hablemos de la prensa:

El 31 se cumplen ciento diecinueve años de la muerte de
Mary Ann Nichols, la primera víctima de Jack el Destripador. El hallazgo del cadáver desató una de las tormentas periodísticas más bulliciosas y menos efectivas de que se tenga memoria, y, en su destello, un buen observador habría podido entrever, aún en 1888, la ruta de la banal espectacularización que buena parte de la prensa mundial elegiría en el futuro.

Se cumplen también diez años desde que la inescrupulosa persecución de un grupo de periodistas gráficos, cazarrecompensas con gafete de prensa, causara la muerte de
Diana Spencer y su novio Dodi Al-Fayed.

Se cumplen dos años desde que una estampida de peregrinos chiítas, alertados por diversos medios de prensa acerca del (falso) rumor de que entre ellos había un terrorista suicida, ocasionara la muerte de mil ciento noventa y nueve personas en el puente Al-Aimmah, en Baghdad. No escucharemos mucho el 31 sobre este aniversario: la prensa sabe bien de qué cosas no hablar.

Así que, si el 31 es un día de celebración ligado con las comunicaciones, no solo habrá que hablar de logros y egos satisfechos: no estará de más hablar sobre la responsabilidad que viene con el territorio: la responsabilidad de tener un blog, que es, después de todo, un pequeño medio de comunicaciones.

(A veces tengo la impresión de que, en la esfera de las medios, muchos blogs son como los carros Tico en las pistas limeñas: chiquititos, amarillos, chocones y sin el menor respeto por ningún tipo de regla de convivencia. Menos atropellador será el Tiko que tome mañana para ir a la fiesta del Blog Day).


29.8.07

Blog Day at Mochileros Bar

Don´t you know that you can count me out (in)?

Como saben, este viernes 31 de agosto se celebra el día del blog, el medio más poderoso de descentralización y democratización que haya emergido a la superficie del planeta desde el mítico día en el que la tierra "parió un mur topo".

En el Perú, para que dicho potencial revolucionario no pase inadvertido y las masas nacionales --sobre todo las aguerridas masas provincianas, a las que la blogósfera abre insólitas nuevas vías de inclusión-- puedan disfrutar del evento, los celebrantes llevarán a cabo su ecuménico festejo en... un bar de Barranco.

(Y después dicen que no hay revolución conservadora).

28.8.07

Día del blog: a leer libros

Una pequeña propuesta a la que pocos prestarán atención

A veces tengo la impresión de que la blogósfera crece de manera paradójica: a medida que se expande, se hace más chiquita: las miradas de los bloggers tienden a orientarse hacia el ombligo o hacia el espejo; pocos problemas atraen su atención con tanta recurrencia como el problema de qué cosa es un blog; pocas cosas los alegran tanto, sin embargo, como la noticia de que su existencia ha sido reconocida por alguien en el mundo exterior: pocas discusiones los excitan más que la discusión acerca de su propia importancia.

Esa impresión viene acompañada por esta otra: la blogósfera, poblada, ciertamente, por grandes lectores y personajes enormemente interesantes, y espacio vital de una infinidad de proyectos importantísimos, está dando origen, como contraparte, a una clase distinta de lectores: los lectores compulsivos --imparables, insaciables-- de tonterías; verdaderos enciclopedistas de la trivialidad, capaces de visitar cien blogs en una sola mañana y enlazarlos todos y comentarlos todos, sin discriminar sus temas ni sus puntos de vista, pero en cuyas bitácoras es radicalmente imposible descubrir la huella de una sola lectura seria --jamás la sombra de un libro, nunca el rastro de un buen ensayo, el recuerdo de un debate inteligente.


Hay decenas o quizás centenares de bloggers, en todos los idiomas y todos los países, que señalan con asombro que los blogs son debates que se extienden en el tiempo, entre interlocutores que recogen, corrigen o contradicen las razones ajenas aunque no medie entre ellos ninguna otra forma de contacto (y uno se pregunta, sin ánimo de malograr la maravilla, si acaso la tradición literaria, la filosofía o la historia de las ideas son otra cosa que eso: ¿habrá que contar a la blogósfera la historia de Góngora, Faria de Souza y el Lunarejo y la conversación que sostuvieron a lo largo de medio siglo, sin jamás verse las caras y estando unos de ellos vivos y otros muertos? ¿La historia de Aristóteles y Avicena? ¿La de Homero y Joyce? ¿La de los comentaristas monacales del medioevo y su marginalia? ¿Habrá que resumir el argumento de "Los teólogos" de Borges?).

En fin: muchos bloggers, en todo el planeta, están empeñados en apuntar los rasgos falsamente novedodos de su medio antes que en producir ideas, costumbres, modales o tráficos ideológicos que le den sentido e importancia a ese medio y le otorguen una novedad que sea más que simplemente formal. En pocos días viene el día del blog y la celebración está diseñada de tal modo que la blogósfera crezca en esa fecha súbitamente, multiplicando las lecturas dentro del circuito, multiplicando los enlaces y las citas y las referencias cruzadas. A mí, personalmente, me parece que mejor se haría si se pidiera a cada blogger, en vez de recomendar otro blog, que recomiende un par de libros a los demás y que explique las razones de su elección.

El motivo por el que digo esto es elemental: el único rasgo de la blogósfera en el que todos parecen coincidir y que, a la vez, no es una total perogrullada, es el carácter democratizante que el mundo de los blogs puede alcanzar en algún momento (quienes crean que es un rasgo actual pecan de un optimismo miope: democratizar dentro de las clases medias no es democratizar demasiado, mientras el poder real quede más arriba y el acceso a la virtuosa esfera del ciberespacio siga ajeno a los de abajo). Pero, en fin: la democratización de las informaciones y la apertura del espacio de opinión no son valores importantes en sí mientras la calidad de la información transmitida no marque una mejoría y las opiniones no se basen en información más depurada.

Que el "sentido común" encuentre nuevos espacios o nuevas maneras de crecimiento no es tan relevante como expandir el acceso a un saber de mayor calidad. (El "sentido común" peruano, bueno es recordarlo, es tradicionalmente racista, sexista, clasista, xenófobo, chauvinista y homofóbico: ningún mérito hay en reproducirlo; el mérito está en transformarlo con saberes nuevos).
Ese es el objetivo que la blogósfera debería plantearse. Y entonces sí: a celebrar.

27.8.07

El síndrome de Robert Sacchi

Sobre la imitación y los atajos en el arte

En el mundo del cine es conocido el extraño caso del actor neoyorquino Robert Sacchi. Tuvo que llegar a los cuarenta para lucir el rostro que lo haría pasajeramente célebre. El problema es que era un rostro ajeno: el de Humphrey Bogart.

Sacchi, actor de carácter, en efecto, lucía idéntico a Bogart: era de la misma talla y la misma contextura, caminaba con la misma postura a la vez rígida y corva, su rostro coincidía con el de Bogart rasgo por rasgo: sus gestos eran idénticos y los que no le surgían naturalmente aprendió a hacerlos con meses y años de práctica: fumaba cogiendo el cigarrillo entre el índice y el pulgar y llevándoselo a la boca con la palma hacia afuera, poniendo en los labios un rictus de repulsión extrañamente seductora.

Incluso su voz sonaba como la voz del otro. Hay un episodio de Tales from the Crypt en el que aparece un Bogart generado mediante artificios de computadora: para hacer la voz del falso Bogart, sin embargo, la tecnología no fue suficiente y los productores, que no habían querido recurrir a Robert Sacchi --a esas alturas envejecido--, tuvieron que pedirle al final que se encargara de recitar las líneas del personaje. Sacchi lo hizo triunfalmente.

Para los neófitos como yo, la actuación es un asunto de apariencias: dos actores que lucen idénticos, suenan idénticos y se mueven y hablan de idéntica manera, dos actores que producen gestos iguales y dicen las cosas con el mismo acento, son, para todo efecto práctico, un mismo actor, y los personajes a quienes interpretan, unos mismos personajes. Todos sabemos, sin embargo, quién es Humphrey Bogart, y la mayoría ignoramos quién es Robert Sacchi, su reflejo posterior, su exacta reproducción.

Quizá el fracaso del segundo Bogart tenga explicaciones obvias: la falta de originalidad, el aire paródico y caricatural que acusa todo déjà vu. Sospecho que la explicación crucial es un tanto distitna: quien ve a Sacchi intuye que lo suyo no es ni arte ni actuación sino atajo, la opción del camino corto, la precaución del que anda sobre las huellas de otro, evitando así toda sorpresa que lo aguarde en la ruta.

Eso mismo es lo que se intuye tras las literaturas epigonales y las imitaciones fácilistas: la ficción de quien escribe como Vargas Llosa nunca será tan apreciable como la literatura de Vargas Llosa; la ficción de quien esrcibe como Bolaño estará condenada a la galería de los hombres con rostro ajeno, al ala del hospital donde residen los pacientes del síndrome de Robert Sacchi.

Sacchi, sin embargo, hay que recordarlo, no se programó para lucir como lucía: la naturaleza le dio ese rostro cuyas modulaciones, claro, él se encargó de pulir y ensayar a lo largo del tiempo, cuando se dio cuenta de que nunca podría hacer otra cosa que representar el rol de su gemelo prematuro. Los artistas que no nacen condicionados de ese modo, tienen todavía una puerta abierta, una puerta de escape: el fin de la imitación que les devuelva su propio rostro, su propia identidad.

Imagen: el hombre en el afiche no es Humphrey Bogart, sino Robert Sacchi.

23.8.07

El infeliz y la etiqueta

El ministro de la Producción invita a brindar sobre los escombros

Todos sabíamos que Rafael Rey es uno de los personajes más nefastos y retorcidos de la política peruana; todos sabíamos que a Rafael Rey no se le encoge el corazón para aliarse un día con las ovejas y al día siguiente con los lobos; todos sabíamos que para Rafael Rey da lo mismo democracia que dictadura y legalidad que caballazo.

Todos pensábamos, sin embargo, que
Rafael Rey tenía un cerebro en algún lugar de la cabeza y acaso también un corazón en alguna parte del pecho.

Error. Rafael Rey --quien estuvo a punto de entrar en la plancha de Lourdes Flores para las últimas elecciones y de inmediato se encaramó en el carro del aprismo tras la victoria de Alan García, y que ahora es ministro de la Producción del régimen-- no tiene ni cabeza ni corazón, y acaba de hacer una demostración pública de sus dos carencias al lanzar la estúpida idea de producir un pisco llamado Pisco 7.9 para enviarlo como regalo a los gobiernos que han colaborado con el esfuerzo humanitario luego del terremoto (de 7.9) que casi ha borrado del mapa gran parte de la ciudad de Pisco.

La idea de Rey no es sólo ofensiva porque sea una burla, seguramente involuntaria, contra los cientos de muertos del terremoto; ni lo es sólo porque deje traslucir la frágil materia gris y la sensibilidad caballuna del personaje; ni lo es sólo porque haga patente la racionalidad del hacendado modoso que antes de pensar en el alivio de las víctimas, hacia adentro, inventa una finura para quedar bien ante los extraños, hacia afuera.

La idea es ofensiva porque es una trivialización y una banalización de un hecho que nada tiene de trivial ni de banal: Pisco, como tantos otros lugares del Perú, nunca ha existido en la mirada de los limeños y ahora que, paradójicamente, la muerte ha vuelto a Pisco un espacio real para el resto del Perú, gente como Rafael Rey, en lugar de dar muestras de fraternidad, no encuentra en el terremoto nada más que una ocasión para producir delicatessen promocionales.

Cada hora que Rafael Rey siga en el Ministerio es una hora más de vergüenza para todos. Lo único que le queda hacer es pedir perdón por la estupidez e irse a su casa, a brindar con sus amigos por la buena salud de los terremotos y la algarabía de los cementerios. Y si no brinda con pisco, que lo haga con la etiqueta negra que tiene en lugar de corazón.

[Fotomontaje: gfp].

22.8.07

Dumbing Down

Cuál es la diferencia entre Stephen King e Isabel Allende (según Harold Bloom)

En el blog de Alastair Harper, en The Guardian, encuentro un texto suyo titulado "Lo único sorprendente de Stephen King es su ego". En vista de que King es un vecino ilustre de Maine, desde que vivo aquí los titulares sobre él suelen jalarme la mirada: le di un vistazo a este artículo y --digámoslo de una vez a riesgo de que me desconozcan los mainiacs--: parece que tiene razones reales para decir que HarperKing es un ególatra de marca mayor.

Pero más interesante que su artículo me resultó leer otro, que Harper recomienda y que yo había visto ya una vez, hace años: el artículo "
Dumbing Down American Readers", que escribió Harold Bloom para The Boston Globe en setiembre del 2003, cuando Stephen King recibió el premio anual del National Book Foundation, por lo común reservado a las luminarias mayores de las bellas letras americanas.

El punto central de Bloom en ese artículo era uno solo: sostenía que, al premiar a King, la fundación estaba contribuyendo a la estupidización del público norteamericano, rebajándole los estándares de lectura a sus connacionales al colocar al mago del thriller allí donde antes sólo cabían los más refinados literati.

Como se sabe, Bloom es un defensor a ultranza del canon en su sentido más elitista, y se ha arrogado incluso, más de una vez, el derecho a decidir ex cathedra quiénes lo conforman y quiénes no. Además de su libro The Western Canon, Bloom ha impulsado también una colección de libros, llamada, con un ego digno del otro king, Bloom´s Modern Critical Views Series, cada uno de cuyos tomos recopila ensayos innovadores y agudos, de divesos críticos, sobre algún célebre escritor de cualquier época y cualquier lengua. Hay un tomo sobre Paul Auster, otro sobre Don DeLillo; hay tomos sobre Dante, Dickens, Walcott, Proust, Tolstoi, Pynchon, etc.

La colección también incluye un volumen dedicado a Isabel Allende. Volumen que recopila ensayos de lectores ilustres (entre ellos una nueva amiga mía), y que se abre con una introducción escrita por el mismo Harold Bloom. Yo podría formular la siguiente pregunta de muchas maneras, y algunas de ellas serían muy poco diplomáticas; lo haré con total moderación: ¿por qué, exactamente, consagrar a Stephen King es estupidizar a los norteamericanos y, en cambio, consagrar a Isabel Allende es un acto digno del doctor océano Harold Bloom?

Imagen: Bloom, lector de Allende. Fotomontaje gfp.

Marley, Strummer, Sinead

Sobre resignificaciones y recontextualizaciones

Hace unos días, después de tiempo, escuché Redemption Song, el hermoso himno antiesclavista escrito por Bob Marley, y lo escuché, además, en la mejor de sus versiones: la de Joe Strummer & The Mezcaleros.

Lo primero que me pasó por la cabeza fue la curiosa resignificación de la que era objeto la letra de la canción al cambiar su intérprete: compuesta por un descendiente de esclavos --Marley-- y cantada, luego, a la vuelta de los años, por un descendiente de esclavistas: Strummer.

Se me ocurrió escribir algo sobre el pod
er resemantizador de los covers en la música popular, pero ahora, dando una mirada al blog El Contraataque de Woody, me encuentro con un post de Daniel Salas que dice mucho más de lo que yo hubiera podido anotar.

Curiosamente, también en el caso que él muestra el creador original es Bob Marley, aunque el proceso es más largo y complejo (una recontextualización, no una simple resignificación), e involucra el famoso incidente de Saturday Night Live en el que Sinead O´Connor rompió una fotografía de Juan Pablo II.

Léanlo aquí, que no tiene desperdicio.

21.8.07

El último de la fila

Propuesta de afiche para el Festival de Cine del próximo año

Una de los temas de los que mucho se escribió y se dijo durante las últimas semanas, y que no tuve oportunidad de comentar, fue la acusación de racismo de la que fueron objeto los autores del afiche del Festival de Cine de Lima.

Un par de cosas quiero decir sobre el asunto: a mí el cargamontón me pareció sumamente hipócrita. La norma corriente en la publicidad peruana, como en la televisión, como en el cine, etc., es la obliteración de los tipos andinos, o su reducción a roles muy marginales.

El afiche subrayaba eso de todas las maneras posibles. Su pecado fue que lo hizo tan obvio que las antenas de los falsos hipersensibles se electrizaron con el hallazgo: si el afiche no hubiera dado espacio alguno al hoy famoso personaje del cholo vuelto de espaldas, nadie habría dicho nada: hubiera sido cosa de todos los días, y todos tranquilos.

Si eso es lo que prefieren quienes se indignaron con la imagen, les propongo que adopten esta nueva versión, que garantizará una rápida y silenciosa paz a sus conciencias, una paz en nada diferente de esa ceguera parcial que es la costumbre de los que se incomodan con la representación del racismo pero no se incomodan tanto con el racismo cotidiano.

(Recuerdo una de las primeras cosas que aparecieron sobre el tema en internet: el indignado denunciante hacía notar cuán insultante resultaba la presencia del personaje andino, al que él describía como jorobado, sucio y mal vestido. Por más que me apliqué a la observación del póster, no fui capaz de descubrir ni la mugre ni el mal gusto ni la deformidad que, paradójicamente, había creído percibir el acusador. Vallejo preguntaría: ¿confianza en el anteojo, no en el ojo?).

Herzog y el Perú

Sobre el imperio, la patria y el imperio de la patria

En 1972 Werner Herzog estrenó su primera película filmada y ambientada en el Perú: Aguirre, la ira de Dios. Lope de Aguirre, su protagonista (la cara de loco de Klaus Kinski), se interna en la selva amazónica, arcabuses y cañones por delante, en busca de El Dorado, con el ánimo de aniquilar a cualquier enemigo que le oponga resistencia y, tras fundar un imperio sobre la frágil superficie de una balsa de río, es aniquilado él mismo.

En 1982,
Herzog estrenó su segunda película filmada y ambientada en el Perú: Fitzcarraldo. Brian Sweeny Fitzgerald, su protagonista (la cara de loco de Klaus Kinski), se interna en la selva amazónica, surcando un río tras otro, con un fonógrafo sobre la cubierta de proa y, brotando de él, el sonido de un aria cantada por Enrico Caruso: la voz del tenor abre el camino como si fuera una línea de arcabuses y cañones.

Aguirre y Fitzcarraldo eran soñadores. El sueño del primero era el poder (ser el señor supremo de un reino aunque sus demás habitantes fueran calaveras ensartadas en cuñas y estacas). El sueño del segundo era construir una ópera en Iquitos y estrenarla con la voz de Caruso y la presencia de Sarah Bernhardt. En su viaje al corazón de las tinieblas, Aguirre caía, se hundía, se precipitaba; en el suyo, Fitzcarraldo intuía una reivindicación: la reivindicación de la cultura occidental y de la belleza del arte como tabla de salvación para el mundo en estado natural.

Alguien dirá que, en el fondo, ambos eran lo mismo: blancos imperialistas que trajinaban la tierra ajena para adueñarse de ella. ¿Es así?

En un pasaje de
Fitzcarraldo, dos personajes, dos misioneros, cuentan una historia: el gobierno los fuerza a repartir entre los nativos amazónicos libros de formación cívica, en los que se les enseña qué es el Perú y cómo es que debe amarse al Perú. Los libros funcionan, dice uno de los misioneros: después de aprender a leerlos y entenderlos, los nativos exigen que no se los llame nunca más indios: piden que los llamen peruanos. "Indios son los otros", dicen: "los que están más allá, río arriba; los que no saben leer".

Es la paradoja del patriotismo y su regla de oro semisecreta: todo patriotismo es un imperialismo; sirve para conquistar a unos y marcar la frontera ante los otros, arbitrariamente. Es inclusivo y excluyente a la vez; hay un patriotismo de Occidente y otro de cada país, pero no funcionan de modo muy distinto (salvo que la muerte de miles sea una verdadera diferencia, claro está). Civilizar, a lo
Fitzcarraldo, o depredar, a lo Aguirre, siempre fue conquistar, anexar y aniquilar al mismo tiempo: se puede civilizar en nombre del oro, del Perú o en nombre de Enrico Caruso.

Suficiente

Suficiente vagancia: tras un par de semanas de semiabandono, Puente Aéreo regresa a su actividad habitual.

17.8.07

El envío

Un poema de Watanabe circula por todo el Perú

"Una delgada columna de sangre desciende desde una bolsa de polietileno hasta la vena mayor de mi mano. ¿Qué otro corazón la impulsaba antes, qué otro corazón más vigoroso y espléndido que el mío, lento y trémulo? Esta sangre que me reconforta es anónima. Puede ser de cualquiera. Yo voy (o iba) para ser misántropo y no quiero una deuda sospechada en todos los hombres. ¿Cuál es el nombre de mi dador? A ese solo y preciso hombre le debo agradecimiento. Sin embargo, la sangre que está entrando en mi cuerpo me corrige. Habla, sin retórica, de una fraternidad más vasta. dice que viene de parte de todos, que la reciba como un envío de la especie". (J. Watanabe).

La información acerca de cómo hacer donativos (de sangre, de ropa, de dinero, etc) para las víctimas del terremoto en el Perú pueden verla aquí. Sobre cómo hacerlo desde Estados Unidos, vean esta otra página.

10.8.07

Románticos e ingleses

Observaciones sobre el ombliguismo británico y una nimia homonimia

Leyendo el blog de Iván Thays me encuentro con un nuevo top 20 publicado por The Guardian, un diario muy aficionado a los ránkings literarios y que esta vez ha dado a conocer una lista de las veinte historias más románticas de la literatura mundial elaborada a partir de una encuesta comisionada por un canal de televisión de Inglaterra.

Una curiosidad del ránking, al menos para mí, es el hecho de que en esa nómina de historias románticas (historias de amor) no haya ni una sola que provenga, propiamente, del romanticismo, o que se construya bajo sus principios: ni siquiera las que fueron escritas aún en la época de la segunda generación romántica inglesa --las de Emily Brontë y Jane Austen, por ejemplo-- son novelas románticas románticas.

(Es cierto que esta firmación es discutible en el caso de Emily Brontë; pero yo tengo la impresión personal de que lo que parece romántico en Wuthering Heights se encuentra más en la huella escénica de lo gótico que en una adhesión profunda de Brontë a la mirada romántica en cualquier sentido determinante).

Pero la observación más difícil de evitar es otra: ¿se han dado cuenta de que, de las veinte obras mencionadas, sólo dos --Doctor Zhivago, de Boris Pasternak, y La guerra y la paz, de León Tolstoi-- fueron escritas en un idioma distinto del inglés? (De hecho, el ombliguismo anglófilo de The Guardian es tan apabullante, que, por un momento, como Iván, yo también creí que se trataba de un ránking referido sólo a las historias de amor de las letras inglesas).

¿Qué pasó con Madame Bovary? ¿Qué pasó con Notre-Dame de Paris? ¿Qué pasó con El amor en los tiempos del cólera? ¿Y Tirant lo Blanc y El caballero de la carreta?

9.8.07

El intelectual veleta

Un personaje que todos conocemos

Hace unas semanas compartí con los transeúntes de este puente un pequeño texto de Thomas Bernhard, originalmente aparecido en su libro El imitador de voces. Aquí va otro, dedicado con mucho cariño a medio mundo académico y un poquito más. La traducción, nuevamente, es dudosa y mía, hecha inglés mediante.

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Carácter

En Viena habíamos invitado a cenar a un así llamado
scholar con el objetivo de que nos pusiera al día acerca de las modas del mundo intelectual y el mundo artístico, algo sobre lo cual habíamos tenido siempre el más vivo interés. De cualquier manera, en lugar de satisfacer nuestro deseo de adquirir un mayor conocimiento de filosofía, literatura y arte, el scholar, un reconocido profesor de la Universidad de Viena, usó nuestra invitación con el solo propósito de ilustrarrnos acerca de lo que, en su opinión, era el mal carácter de aquel colega suyo que recientemente había publicado un libro sobre el mismo tema que ha sido objeto de los estudios de toda una vida de nuestro invitado. Al día siguiente, nuestro invitado estuvo en casa de uno de nuestros amigos, quien es a su vez amigo del profesor al cual nuestro invitado había menospreciado del modo más vil la tarde anterior, y en esa nueva reunión el invitado no dudo en afirmar que su rival ocupaba el lugar preeminente, por encima de todos los demás en su campo, no sólo en lo que respecta a su carácter, sino también en lo relativo a su trabajo académico.
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¿Qué puedo agregar? Sólo que lamento que Bernhard no haya dado nombres propios, porque puedo jurar, no importa cuán anacrónica y absurda resulte mi aseveración, que yo a esa pesona la conozco. Y bajo varios nombres.

6.8.07

El séptimo susurro de París

Reseñas recientes y lecturas cruzadas

Se me agudiza la confusión lectora: hace unos días llegaron subitáneamente (es decir, súbita y simultáneamente) a mi casilla de correo tres novelas que quería leer (El enigma de París, de Pablo De Santis; El susurro de la mujer ballena, de Alonso Cueto; El sétimo velo, de Juan Manuel de Prada) y no he tenido mejor idea que comenzarlas todas a la vez: llevo unas quinientas páginas leídas en total pero aún no termino ninguno de los libros.

Pero se me ha antojado adelantar una frase sobre cada uno: la novela de De Santis, diría yo, es gozosa y disfrutable, como todas las suyas, aunque seguramente El calígrafo de Voltaire sigue siendo su mejor libro; la de Alonso es cautivadora y peculiarmente sensible, y me parece superior a las otras novelas de su última época, lo que no es poco decir; la de Juan Manuel de Prada es una odiosa obra cuasi maestra --ni tan odiosa ni tan maestra como Las máscaras del héroe, a mi juicio, pero no hay que esperar mucho de mi juicio en estos días de trabajos forzados.

Mientras yo termino de hacerme un feliz camino entre esos libros (me gustaría reseñarlos, ojalá me alcance el tiempo), les dejo críticas de ellos aparecidas en diversos medios, y de una vez aprovecho para enlazar otros comentarios literarios de interés publicados en fechas recientes (el de Javier Ágreda sobre el último libro de Ludo Castañeda, por cierto, me parece injusto pero, como siempre, serio y respetable; el de El enigma de París, de Miguel García Posada, es bastante descalabrado; el de Olga Ulloa sobre la novela de Daniel Alarcón es absolutamente trivial y lo consigno aquí solo para que los lectores noten más el contraste ahora que la página de reseñas de Correo pasa a manos capaces).

Reseña de El séptimo velo, de Juan Manuel de Prada, en Radar Libros, de Página/12.
(Extracto de El séptimo velo, en ABC).
Reseña de El enigma de París, de Pablo De Santis, en ABCD, de ABC.
Reseña de Fotografías de sala, de Luis Hernán Castañeda, en La República.
Reseña de El susurro de la mujer ballena, de Alonso Cueto, en ABCD, de ABC.
Reseña de Puta linda, de Fernando Ampuero, en ABCD, de ABC.
Reseña de Radio Ciudad Perdida, de Daniel Alarcón, en Correo.

¿El regreso de Mario Levrero?

El discurso vacío y Dejen todo en mis manos

Me ha dejado muy contento enterarme, a través del blog de Iván Thays, de que dos novelas del maestro uruguayo
Mario Levrero han aparecido en ediciones nuevas de la casa Caballo de Troya, en España. Se trata de libros extremadamente disímiles: Dejen todo en mis manos y El discurso vacío, que originalmente fueron lanzados en discretas ediciones uruguayas de las editoriales Arca (1994) y Trilce (1996), respectivamente.

La nouvelle
Dejen todo en mis manos es uno de los libros más peculiares de Levrero: la historia de un escritor fracasado que recibe de su editor el encargo de rastrear el paradero de una joven y anónima promesa de las letras nacionales. A cambio de ello, el editor está dispuesto a publicar la última novela del improvisado detective. La historia, contada en un lenguaje voluntariamente descuidado, resulta dominada por un tono de humor negro y autoparodia que, de paso, fomenta la sátira acerca de los circuitos literarios y su mecanismo editorial.

El discurso vacío, en el polo opuesto, es puro lenguaje, pura divagación, pura observación, y en ella la línea argumental resulta, más que tenue, inexistente: un escritor se fuerza a una suerte de terapia caligráfica, en el convencimiento de que el acto puramente físico de ejercitar la escritura habrá de limar los excesos de su carácter; el resultado es un cuaderno de anotaciones oscilantes, que pasa de unos temas a otros en lo que parece el imperio de la mayor arbitrariedad.

Las dos narraciones, a pesar de las distancias, coinciden en perfilar la preocupación notoriamente metaliteraria y reflexiva que animó la literatura de
Levrero en años recientes: la novela que triunfa, paradójicamente, al ser una reescritura del fracaso (Dejen todo en mis manos); la novela que, al cobrar forma de modo casi inopinado, da forma, en cambio, al espíritu de su propio autor (El discurso vacío).

Yo, que he tenido que leer toda la obra de
Levrero en ejemplares de biblioteca, que he rastreado sus libros hasta el cansancio, y que sólo poseo los que la buena Gabriela Sanseviero me ha podido enviar desde Punta del Este, doy fe de que el noventa por ciento de la obra de Levrero es inhallable en librerías de todo el mundo hispano. (Gabriela, que administra El Virrey de Uruguay, incluso ha ofrecido fotocopiarme sus ejemplares de ciertos títulos, porque sabe bien que es virtualmente imposible encontrarlos).

De modo que esta noticia es más que saludable, y ojalá sea el presagio de un relanzamiento en toda la línea de la estupenda "Trilogía involuntaria": las novelas El lugar, La ciudad y París (que bien se merecerían esa edición conjunta y definitiva de la que un amigo me habló tiempo atrás).

5.8.07

Prêt-à-porter

Vestidos, artes y letras de México

Y hablando de Laura Esquivel: ¿a qué se debe la moda entre las escritoras mexicanas de vestirse como si fueran indígenas cuando claramente no lo son? ¿O la moda es vestirse como Frida Kahlo?

Yo esto lo pregunto sólo porque me llama la atención, no porque tenga una respuesta pensada sobre el tema.

Desde hace años es claro, por ejemplo, que las carátulas de los libros de muchos escritores de la avalancha del US-Latino explotan inmisericordemente una veta iconográfica hecha para el gusto gringo: imágenes de mujeres de piel de bronce reluciente y largos cabellos negros, como hechas de barro, algo así como unas Pocahontas de confusa estirpe semihispana.

Pero es innegable que resulta incluso más vendedor cuando el lector se encuentra con que no sólo las imágenes en la carátula corresponden a sus prejuicios sobre lo que deben ser los latinoamericanos y cómo deben lucir, sino que los autores mismos cuadran perfectamente dentro de la prescripción.

Todo esto puede parecer trivial, pero deja de serlo cuando uno toma en cuenta que escritoras como Elena Poniatowska (izquierda) y Laura Esquivel (arriba, derecha), han escrito parte de su obra literaria en el límite mismo de la asunción de la voz de personajes indígenas.

(A propósito: es sabido que Frida Kahlo decía ser hija de un judío húngaro, aunque era hija en verdad de un luterano alemán. Elena Poniatowska, por su parte, nació princesa en París, hija de un príncipe polaco. Yo no soy ni nacionalista ni chauvinista, pero cualquiera tiene derecho a preguntarse hasta qué punto es justo que esos sean los rostros más célebres de la mujer indígena mexicana. ¿No creen?).

Otro crack

Entrevista a Ricardo Chávez Castañeda

Me ha tocado conocer a escritores mexicanos de muy diversos tintes durante los últimos años, desde Laura Esquivel, en Middlebury, hasta Jorge Volpi, en Cornell, y alguna que otra correspondencia incidental he tenido con gente tan talentosa como David Toscana.

El más divertido de todos, en ese grupo de gente indudablemente divertida, es sin duda el novelista Ricardo Chávez Castañeda, con quien tengo el placer de compartir trabajo durante estas últimas semanas.

Ricardo es un escritor peculiar (otro de "los raros" latinoamericanos de los que hablé no hace mucho): miembro del Crack mexicano junto a Volpi, Padilla y Urroz, es autor de novelas y cuentos muy idiosincrásicos, llenos de personajes inusitados que habtian universos gobernados por una lógica sui generis, donde el asombro existencial y la inminencia de la muerte son los rasgos más recurrentes.

Una estudiante y amiga mía, Casey Freedman, de Bowdoin College, y yo, le hicimos una pequeña entrevista a Ricardo días atrás, a raíz de su última novela, El libro del silencio, para publicarla en el boletín de la Escuela de Español de Middlebury. Se me ocurrió que no sería mala idea colocarla aquí también, sobre todo considerando que los libros de Ricardo no se distribuyen en el Perú, y que no está de más, entonces, dar a conocer un poco más su nombre por esas tierras.

Entrevista a Ricardo Chávez Castañeda

“NO ME GUSTA LA REALIDAD”

—Como lector, ¿cuál es la literatura que prefieres?

—Siempre leo ficción. Casi no leo otra cosa. No me gusta la realidad: sólo me acerco a los libros de historia, o incluso de ciencias, cuando necesito investigar para una novela o para un cuento que esté escribiendo.

—Es decir, sólo te enfrentas a la realidad para transformarla en ficción.

—Exacto. Incluso, cuando escribo, trato de no ubicar mis historias en ningún sitio real: invento ciudades y pueblos, o, si es que tomo lugares existentes, invento una región dentro de ellos que es completamente ficticia. Y trato de que todo lo que ocurre allí sea también imaginario. En “El libro del silencio”, por ejemplo, creo un espacio en el que incluso el clima y los fenómenos atmosféricos son imaginarios: en esa novela hay, cerca del lugar donde viven los personajes, unos yacimientos de carbón que hacen combustión de manera imprevisible, de modo que las personas pueden incendiarse y arder en cualquier momento.

—¿Los mundos imaginarios te parecen más interesantes que el mundo real?

—Es que el mundo real es un límite, la realidad es un límite. Puedo empezar a partir de allí, pero para ir a lugares imaginarios. Por ejemplo, en la época del virus del ébola, escribrí un relato en el que había una enfermedad que se contagiaba de inmediato, apenas alguien se hacía una herida y sangraba: me interesa ese tipo de imaginación, que no es literatura de terror, pero que está cerca.

—Incendios súbitos y enfermedades que se contagian de inmediato...

—Sí, me interesa crear mundos en los que cualquier desgracia puede ocurrir sin anuncios, de improviso. Mis relatos suelen tener que ver con el miedo de la muerte y la necesidad de la supervivencia. Casi siempre recaigo en esos temas. Yo creo que el arte revela tus obsesiones, que hay cosas que no puedes dejar de ver. Escribiendo, descubres esas cosas: yo he descubierto mi lado trágico, mi lado siniestro. Y mis obras vuelven a ello cosntantemente. Pienso que todos los seres humanos nos especializamos en ver partes del mundo, pero no decidimos qué partes: esas cosas que vemos son nuestras obsesiones. Ser “honesto”, en el arte, ser “sincero”, es mantenerse cerca de esas obsesiones.

—Tú escribes literatura infantil y juvenil, además de tus otras novelas y cuentos. El argentino Pablo de Santis, que también vive en esos dos mundos, dice que él no distingue entre ambos. ¿Tú sí?

—Sí, yo sí. Yo creo, aunque no suene bien decirlo, que la literatura infantil tiene la obligación de dar esperanzas. La otra no. Yo en mis libros que no son infantiles ni juveniles, nunca encuentro esperanzas: mis historias suelen ser trágicas, incluso pesimistas.

—Y tú eres padre de una niña. ¿Has buscado ayuda de ella para escribir tus libros?

—Sí. Una vez le di a mi hija, Fernanda, otros libros que he escrito, como “La valla” y “Mañanario”. Y luego me di cuenta de que la impresionaron mucho, porque son muy duros. Entonces le dije que estaba imaginando una historia sobre un hombre que escribía cuentos y que quería regalarle uno a su hija. Pero el hombre era como un rey Midas que todo lo que tocaba lo convertía en tragedia. Y Fernanda me dijo “esa historia me parece conocida”. Y es verdad, porque así soy yo.

—Se te identifica con la generación del Crack mexicano, que rechazó la idea de la literatura nacional, la necesidad de hablar sobre México, además de rechazar el realismo mágico, etc.

—Sí. Yo no tengo muchas afinidades estéticas con la otra gente del Crack, pero el hecho es que en mi obra puedes descubrir también que soy muy lejano del realismo social o del realismo mágico. Y tampoco siento ninguna necesidad de hablar sobre México. ¿Por qué un mexicano tendría que hablar de México o un peruano del Perú? Yo me siento, como lector, más cerca de escritores como César Aira, o el serbio Goran Petrović, o el austriaco Thomas Bernhard, los escritores obsesivos y los que quieren romper conceptos tradicionales, romper estructuras, romper tradiciones nacionales.

4.8.07

Víctor Mural, reseñista y profeta

Sobre cómo no es necesario saber de qué se habla para seguir hablando

El expoeta
de inciales VC --también conocido como Víctor Mural desde que sus versos abandonaran su PC y triunfaran en las paredes de los WC de EC-- tiene una política peculiar en lo que atañe a la administración de comentarios en su blog.

Él los escribe anónimamente y los responde de igual forma; en unos insulta a diversas personas, en otros las defiende; en unos más se agrede a sí mismo, en otros se indigna por los ataques autoendilgados.

En suma, la sección de comentarios de su blog es como un circo de cuatro pistas que en todas ellas ofreciera una misma rutina: la de un juglarcillo acantinflado que la emprendiera a cachetadas de ida y vuelta contra sí mismo con tal de atraer la atención de algún distraído expectador.

A veces, sin embargo, en el baile de máscaras de esos seudodiálogos, algo interesante asoma. Miren, si no, este texto suyo (que como rara excepción ha publicado con su propio nombre):
"Al primer libro de Alarcón, traducido como Guerra en la penumbra, lo leí prestado por Oscar Malca. Me sorprendió favorablemente y por eso le hice una nota en Somos el año 2004, antes que todos. De Castañeda leí Hotel Europa y el último. De Hotel Europa publiqué una reseñita favorable en la misma revista. De Fotografías de Sala tengo una opinión más positiva que la de Ágreda, pero como le han hecho tanta propaganda facilona, no creo que escriba una reseña. Sobre la antología firmada por Ruiz, Disidentes, no la he leído porque con lo que cuesta he preferido comprar otros libros más importantes. No me parece trascendente la verdad".
Mural se ufana de haber escrito "antes que todos" sobre la traducción al español del primer libro de Daniel Alarcón. Lo curioso es que dice haberlo hecho en el año 2004, es decir, dos años antes de que apareciera la traducción al español y... un año antes de que fuera publicada la versión original en inglés (lanzada el 29 de marzo del 2005). Mural dice haber leído y disfrutado un ejemplar del libro War by Candlelight cuando Alarcón estaba aún, probablemente, escribiéndolo (y recordemos, a todo esto, que Mural no es precisamente un hablante de inglés).

Más allá del afán ferrandesco y más allá de lo irrelevante de su "yo lo descubrí", provoca decirle a Mural que quizá él llegó, en efecto, "antes que todos", porque los demás sólo comentan cosas que han leído. Y cosas que existen.

Más curiosidades: Mural declara que no escribirá una reseña sobre el libro más reciente de Luis Hernán Castañeda porque a dicho libro ya le han hecho demasiada "propaganda facilona". La frase es muy sintomática acerca de la visión que Mural tiene de su antiguo oficio de reseñista: las reseñas, piensa, están allí para promover o para obstaculizar, no para abrir un diálogo literario.

Y, en la misma línea, sobre la antología Disidentes, de Gabriel Ruiz Ortega, declara que no es un libro importante ni trascendente. Pero también dice no haberlo leído.

Pero la frase más interesante, sin duda, es la última: "no me parece trascendente la verdad". Es llamativo que el lapsus que lleva al autor a olvidar la coma después de la palabra "trascendente", termine por generar la única frase verdadera y verosímil del párrafo: a Mural no le parece trascendente la verdad. De hecho, jamás le parece relevante decirla.

2.8.07

Un año hecho de penúltimos días

El blog más leído por los cubanos cumple su primer aniversario

Una de las varias cosas buenas que estas semanas en Middlebury me han brindado ha sido la oportunidad de conocer a dos nuevos amigos cubanos: Esther Hernández, profesora de teatro del Claremont McKenna College, de California, y su pareja, el poeta Néstor Díaz de Villegas.

Los dos son una fuente inacabable de historias: historias de Cuba, sobre todo, de la vida cotidiana en el eterno régimen de Fidel Castro: tanto Néstor como Esther nacieron ya con la dictadura en el poder, y Néstor pasó cinco años de su vida en una cárcel cubana por haber escrito un poema que no le pareció correcto a los árbitros de la revolución. Un solo poema. Y él tenía apenas dieciocho años de edad.

Néstor, escritor de opinión para el Miami Herald, la revista Letras Libres y el sitio web Cuba Encuentro, es además uno de los fundadores de la bitácora más leída de la blogósfera cubana: Penúltimos Días, que acaba de cumplir un año de nacida y que les quiero recomendar de todo corazón: es polémica y es debatible --como son todas las cosas inteligentes-- y tiene muchos artículos de enorme calidad (por ejemplo, los del mismo Néstor, los del novelista José Manuel Prieto, o los de Ernesto Hernández Busto, quien dirige el sitio).

El nombre del blog, por cierto, Penúltimos Días, es una alusión al inacabable, al inasible, al siempre esperado fin que nunca llega (pero que ha de llegar: nadie se muere en la víspera, aunque algunas vísperas parezcan interminables): el fin del dictador cubano.


Los invito a leer un par de esos artículos:
este en el que Néstor hace un balance del primer año del blog y este otro en el que escribe sobre el asunto de "La Raza" en el contexto de la ciudad donde él vive: Los Angeles. Y, por si acaso, por adelantado y sin permiso del autor, copio aquí debajo un poema suyo también aparecido en Penúltimos Días:

Narciso

En la boca virada por los años
en la torva mirada del Alzheimer
en el casco o pezuña desgastada
en el mono de Adidas y en la sangre
en la mano, en la uña y en el ganglio
en el diente postizo y en la barba
en el gris verdeolivo de la plancha
en la mancha de viejo y en el cáncer
en el paso inseguro y en el saco
lleno de polvo y mierda enamorada
en el pelo canoso y en la franja
en la risa, en la grieta y en la zanja
en el culo, en el colon y en la próstata
bocabajo, de frente y de espaldas
pronunciando el discurso de un apóstata
la soberbia chochera iconoclasta
en la pata del diablo y en la casta
en el culo, en el casco y en la tranca
en la cerviz de atleta que remanga
en el rayo de artista que descarga
su fogón itifálico en la Patria
de los tres trozos clásicos de caña
en el yayay, la yaya y en la ñáñara
de este muerto que en vida te acompaña
mírate Cuba y húndete en sus aguas.